El 2020 pudo ser el “año de Asimov” y de otros personajes y temas, sin duda. La irrupción de la COVID-19 barrió prácticamente o minimizó la alusión festiva al centenario del natalicio de quien fuera también víctima de una pandemia y esbozara un breve esquema para una deontología robótica.


Raúl López Téllez


“Puedo recordar los tiempos en los que no había en el mundo ningún automóvil con cerebro suficiente como para encontrar su camino de vuelta a casa”.

Isaac Asimov, “Sally”.

Isaac Asimov nació el 2 de enero de 1920, por lo que este 2020 se cumplen cien años del arribo a la Tierra de un personaje erudito, quien de la bioquímica pasó a ser autor de ciencia ficción y divulgador científico, con más de 500 títulos publicados.

Apenas iniciada en la URSS la utopía de los soviets, en 1923 la familia arribó a los Estados Unidos procedente de Rusia; su madre, alteró la fecha de nacimiento de Isaac planteándola el 4 de octubre de 1919, con la intención de matricularlo en una escuela pública de Nueva York, en atención a una precocidad que hacía del menor un insaciable lector de historias fantásticas. Durante la Segunda Guerra Mundial, Asimov trabajó en unos laboratorios para la Marina y concluida la confrontación inició sus estudios en bioquímica en la Universidad de Columbia, donde se doctoró en 1948 y a partir de ahí desempeñarse en la docencia en Boston.

La visión del ascendiente ruso, plasmada en sus cuentos y novelas de ciencia ficción, concedía demasiada importancia a la tecnología, donde la filosofía –de la que Asimov tenía un grado académico-, no escapaba del mundo de la frialdad mecánica en que concebía el desarrollo del futuro. Basado en premisas científicas, Asimov intentó marcar un camino a la máquina con sus tres leyes de la robótica (Yo, robot, 1950), y entre humanos la sumergía en dilemas cuasi existenciales a la par que se dibujaba la desconfianza humana hacia el automatismo e inteligencias que no provinieran del cerebro humano, en una secuela que ya había prefigurado H. G. Wells o Aldous Huxley.  

Hasta hoy la amenaza no viene de las máquinas, de la inteligencia artificial robótica, sino de la naturaleza, de la vida misma, vaya paradoja, en reacción a la alteración infinita que ha causado el “ingenio” del hombre en una noción de “progreso” o “desarrollo” no exenta de enajenación o mediatización que, sin embargo, no tiene nada que ver con la ciencia o lo que debieran ser las aspiraciones del conocimiento, con sociedades idealizadas en donde prácticamente la carrera contra las enfermedades o la muerte misma sería una de las mayores metas logradas.

Fue la paradoja que vivió el mismo Asimov, quien murió en 1992, afectado por el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (Sida), contraído en 1983 presuntamente por una transfusión de sangre contaminada en el curso de una operación.

Las tres leyes

1.Un robot no puede dañar a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño;

2.Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos excepto cuando tales órdenes entren en conflicto con la primera ley;

3.Un robot debe proteger su propia existencia hasta donde esta protección no entre en conflicto con la primera o segunda ley.