La reclusión a que ha obligado la pandemia generada por la COVID-19 conlleva para el conocimiento y la ciencia retos más allá de la mera emergencia sanitaria o económica, como el consolidar una ruta de salida a través de una vacuna o generar los medios que contengan el avance del coronavirus.
Ana Claudia Nepote
El 2019 cerró con una noticia inquietante y a la vez fascinante para la ciencia, el descubrimiento de un nuevo virus que se convirtió en la mayor pandemia de los últimos cien años causada por el virus SARS-Cov-2. Los coronavirus fueron identificados por primera vez a mediados de 1960, y la primera vez que se informó sobre este Síndrome fue en 2003 en Asia. Hasta el momento, se han identificado siete coronavirus que pueden infectar a los seres humanos.
Tenemos apenas cuatro meses conviviendo con este nuevo coronavirus en prácticamente todos los países del mundo. A la fecha, miles de científicos de todo el mundo realizan investigaciones que buscan comprender los mecanismos de funcionamiento de este virus. De acuerdo con un artículo de opinión en el periódico The New York Times publicado por Aleszu Bajak y Jeff Howe, profesores de periodismo en la Northeastern University en Estados Unidos, desde enero de este año a la fecha se han publicado más de diez mil artículos académicos en revistas especializadas. Esta cifra la comparan con los 29 estudios científicos publicados con relación a la pandemia del SARS en 2003. La producción y circulación de información científica en torno al COVID-19 es abrumadora. Estamos siendo testigos de cómo se realiza el conocimiento en tiempo real, aún no existen certezas y sí muchas controversias sobre los resultados que estas investigaciones proporcionan a los tomadores de decisiones.
Lo ideal es que toda este conocimiento realizado por numerosos grupos de investigación guie la elaboración de medicamentos que controlen la enfermedad y sobretodo, se pueda contar con una vacuna que proteja del virus que causa la enfermedad COVID-19. Pero la investigación científica toma su tiempo y probablemente falten algunos meses más para tener lista la primera vacuna segura para toda la población.
El coronavirus llegó a América Latina el 26 de febrero de 2020. Brasil fue el primer país en reportar el primer caso. Al día siguiente, México confirmó su primer caso y para el 8 de marzo, día internacional de la mujer, había ya siete casos confirmados. La primera víctima por COVID-19 se registró el 18 de marzo. En la mayoría de los países del mundo la instrucción ha sido muy clara, a falta de medicamentos y de una vacuna, lo mejor que podemos hacer es quedarnos en casa, resguardarnos en un solo lugar hasta que pase “la ola” de contagios y tengamos medicinas que ayuden a sobrellevar esta enfermedad.
Esta situación ha sido inaudita. Nos ha orillado a vivir en condiciones de “encierro”, de confinamiento, recluidos, resguardados o al menos, con una movilidad limitada. Lo anterior ha develado muchas situaciones particulares en diversos aspectos de la vida diaria de familias, mujeres, parejas y personas que no llevan tan bien estas condiciones mantenidas ya por seis semanas o más en algunos casos.
Por otro lado, la información que circula en los medios de comunicación se ha llenado de cifras, datos y palabras relacionadas con la salud. Abunda un flujo de información especializada que en ocasiones no es ampliamente comprendida por la sociedad o que causa confusión. La Organización Mundial de la Salud creó un término para referirse a la sobreabundancia de información – en algunos casos rigurosa y en otros falsa – sobre un tema que dificulta que las personas encuentren fuentes y orientación confiable cuando lo necesita. Este término es la infodemia.
Resurgir en tiempos de infodemia
Esta crisis sanitaria ha develado múltiples problemas, carencias y desafíos. Pero también ha motivado la generación de iniciativas creativas que se reflejan en una cantidad extraordinaria actividades ahora disponibles en redes sociales e internet. Diariamente se transmiten lecturas en voz alta, conciertos, charlas, conferencias, talleres y clases en línea a las que se pueden acceder desde un teléfono o computadora con conexión a internet. También se mantiene el trabajo desde casa, la enseñanza a distancia y en algunos casos, hasta la convivencia familiar o con amigos a través de sesiones de chat o videoconferencias.
Entre todas las iniciativas y proyectos que he visto en las últimas cuatro semanas me emocionan y celebro dos por el gran compromiso que estas implican y por el aporte que significan para la ciencia en sociedad. La primera de ellas es el proyecto de Verificovid, integrado por un equipo de periodistas, diseñadoras, comunicólogas y médicos que trabajan todos los días de la semana para combatir la desinformación desde la sociedad civil. La forma en la que trabajan es a través del monitoreo de información falsa que circula en redes sociales y en medios digitales, la verifican y generan materiales con información sobre su veracidad para distribuirla a través de sus redes sociales y de servicio de mensajería en telefonía celular como las aplicaciones de Whatsapp o Telegram. Cualquier persona interesada puede recibir estas notificaciones en su teléfono, sólo es necesario solicitarlo a través de la página de internet de este proyecto: https://verificovid.mx/
La segunda iniciativa que ha surgido en tiempos de pandemia se trata de retomar el Cienciario, un proyecto periodístico de ciencia y tecnología con más de quince años de labor comunicativa para los ciudadanos de Michoacán principalmente pero también de otras partes del mundo. Hoy que se reconoce la necesidad de construir lazos más estrechos entre el sector académico y la sociedad a través de una participación comprometida de los medios de comunicación, celebro que Cienciario inicie esta nueva etapa.
En estos días de reflexión propia y colectiva sobre la necesidad de comunicar públicamente el conocimiento, se reconoce también la importancia de ofrecer una mirada crítica de la ciencia, que funciona basada en evidencias. Igual de relevante es comunicar el cómo funciona la ciencia y no sólo los resultados de las investigaciones o los hallazgos, y señalar que como actividad humana, la ciencia también está sujeta a cambios a través del tiempo. Esta gran reclusión en la que nos encontramos representa una gran oportunidad por mantener y abrir espacios para la comunicación de la ciencia y buscar, como audiencias, una mayor calidad en la información que tenemos a nuestro alcance.
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Bióloga tapatía, comunicadora de ciencia e integrante de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia A.C. Ciclista, caminante y exploradora de paisajes bioculturales. Docente de tiempo completo en la ENES, UNAM en Morelia y Doctorante en Ciencias de la Sostenibilidad. |
