“Desde la emergencia de la pandemia de la influenza AH1N1 en 2009, se hizo evidente para el gran público que la idea de que los virus eran exclusivos de cada especie y raramente cruzaban esa barrera, más allá de usar diferentes organismos como vectores, era una idea equivocada.”
Horacio Cano Camacho
Desde hace algunas décadas se ha hecho evidente que la idea de que teníamos controladas a las enfermedades infecciosas era una ilusión. Es cierto que el desarrollo de los antibióticos y las vacunas nos permitieron controlar, incluso extinguir, a muchas de las más peligrosas. Pero el desarrollo científico, a la par de proporcionarnos instrumentos más poderosos para luchar contra estas enfermedades, también nos mostró que esta lucha no era un proceso acabado, que los patógenos también cambian y se adaptan a nuevas circunstancias que les permiten sobrevivir y ser más eficaces.
De manera que se desarrolló el concepto de “vigilancia obligada” para muchas enfermedades buscando conocer su dinámica para tomar acciones “a tiempo”. Las enfermedades respiratorias producidas por virus, son de las más vigiladas debido a su potencial pandémico. Pero una cosa es revisar la evolución de un agente conocido y otra, anticipar el “salto” natural de muchos patógenos nuevos del mundo natural al humano.
Desde la emergencia de la pandemia de la influenza AH1N1 en 2009, se hizo evidente para el gran público que la idea de que los virus eran exclusivos de cada especie y raramente cruzaban esa barrera, más allá de usar diferentes organismos como vectores, era una idea equivocada. Muchos virus pueden tener diversos huéspedes intermedios y en el proceso sufrir recombinaciones genéticas con otros virus de esas especies intermedias y de esta manera, incrementar sus probabilidades de llegar a nosotros, aumentando también su peligrosidad: la influenza misma, la fiebre aviar, el virus del Nilo, el Sars y Mers, el Ébola nos lo mostraron de manera muy cruda.
La Organización Mundial de la Salud estableció una comisión de expertos para indagar el origen del SARS-CoV-2, responsable del Covid-19. Y no es que tuviera la sospecha de las teorías de conspiración que señalaban la creación sintética de tal virus, o “el escape” de un laboratorio chino y tantas otras que han circulado de la mano de las guerras económicas y políticas del mundo. En ciencia, las creencias son irrelevantes y solo se acepta lo que tiene soporte en los hechos. De manera que, además de las predicciones sobre el origen del virus que se pueden hacer en estudios bioinformáticos, también fueron al que se supone es el centro de origen de la enfermedad en China.
El informe anda circulando por allí a retazos (https://www.who.int/es/health-topics/coronavirus/origins-of-the-virus) y solo diré que no, no es una creación humana, tampoco escapó de un laboratorio ni llegó a nosotros por andar comiendo sopa de murciélago ni es producto de la maldad de algunos empresarios o del gobierno chino. Hay muchos detalles aún bajo investigación sobre la evolución del virus, pero las cosas que ya sabemos son más terroríficas que las alocadas teorías que circulan. Y lo son porque nos ponen en una perspectiva nada halagüeña y nos señalan culpables muy claros: nosotros.
La emergencia del VIH, causante del SIDA y en particular del virus del Ébola ya nos habían señalado que estos virus saltan de sus huéspedes naturales impulsados por la presión que hemos ejercido sobre las selvas y bosques tropicales.
De manera que es nuestra presión sobre el ambiente quien parece estar detrás de estas enfermedades. No es que no lo supiéramos, pero el Covid ya no deja lugar a dudas: estamos ante una de las consecuencias del cambio climático. Se ha hecho mucho énfasis en los daños económicos, las extinciones masivas, incluso el peligro de desaparición de las zonas costeras, pero fuera de los ambientes académicos poca atención se le prestaba a la salud: El cambio climático también es un asunto de salud pública.
De manera que urge que veamos como la desforestación, el cambio de uso del suelo, la sustitución de los cultivos tradicionales por la generación masiva de productos para satisfacer los mercados internacionales, comienza a mostrarnos sus primeras consecuencias a la salud humana.
Si quiere abundar más en el cambio climático y su relación con la evolución de los virus, les recomiendo la lectura del libro reciente de Juan Fueyo, Viral (Ediciones B, 2020). Es un ensayo muy completo sobre (entre otros temas) como la destrucción del ambiente, persiguiendo beneficios económicos a muy corto plazo (recuerden el aguacate), está empujando a muchas especies silvestres con sus cargas virales para entrar en contacto con el humano, además de que al romper de manera radical con los mecanismos y cadenas que mantenían el control natural sobre esas especies y sus patógenos, generan mecanismos de presión que seleccionan a los patógenos que pueden tener éxito en nosotros.
También les recomiendo un estudio publicado hace unos días (Beyer R.M. y col., 2021, Science of the Total Environment, https://doi.org/10.1016/j.scitotenv.2021.145413) sobre cómo el cambio climático ha operado en las pandemias de coronavirus (Sars-CoV-1 y Sars-CoV-2). Gracias a este trabajo, sabemos con mucha certeza que la presencia de ambos virus está estrechamente relacionada con la riqueza de poblaciones de murciélagos y que los cambios en la temperatura y en la cubierta vegetal han modificado la distribución de las poblaciones de estos animales, demostrando, además, que la región de Yunnan (origen del Covid-19) es una de las que más ha mostrado el crecimiento de las poblaciones de estos, impulsadas por la nueva condición climática.
¿Queremos encontrar culpables? Parece muy claro, estamos viendo una consecuencia desastrosa (y una de las primeras), del cambio climático. No necesitamos de conspiraciones de película para entender la gravedad del problema y tampoco es casual que los grupos de negacionistas del covid están estrechamente vinculados con los negacionistas del cambio climático y ese sí que es todo un tema para analizar un complot…
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