“La lista es grande y crece a diario, pensemos en el amaranto, el aguacate, la chía, las frutillas, productos que hemos consumido siempre, hasta los promocionados por la mercadotecnia como la cambucha, la miel de agave, la moringa y cantidad de productos exóticos como el kamut, la quinua, la espelta”.

 

Horacio Cano Camacho

Imagine que, para curarse la diabetes o el cáncer, bajar de peso, ignorar la edad y volver a ser joven y vigoroso no necesita ir al médico, seguir arduos tratamientos, algunos de por vida o someterse a terapias agotadoras, lo único que necesita es un tecito o comer bayas o una galleta por la mañana. Sería genial, pero desafortunadamente es solo un deseo de año nuevo…

Se lo digo porque hace unos días me hice un raspón en un dedo y me ha tardado en sanar, se me infectó y me recetaron antibióticos y una buena terapia para limpiar la herida. Nada espectacular ni alarmante, pero mi condición de salud me obliga a tener mucho cuidado. El caso es que dos vecinos distintos me vieron con un parche en el dedo y en muy buena onda me recomendaron remedios basados en infusiones de tal o cual planta, con propiedades maravillosas. Pero contrario a usar tal mejunje para la herida, la idea era tomarlo por las mañanas, en ayunas y por varias semanas y listo, nunca más tendría que habérmelas con infecciones y medicamentos.

No dudo que la recomendación tuviera las mejores intenciones y mucho menos dudo de la sincera preocupación de mis vecinos, lo que me preocupa es que teniendo esos “tés” milagrosos, sigamos pagándole a los médicos y estos tengan que dedicar buena parte de su vida a estudiar. El asunto es que estamos llenos de tales productos cuasi milagrosos y los hay para todo. Una de las áreas más populares, de hecho, ya una moda, es la de los llamados “superalimentos”, que además de ser sanos, tienen otras bondades espectaculares -según sus promotores- para la salud. Lo que ha disparado su fama es su condición “natural” (y sabrosa diría yo) y sus supuestas propiedades terapéuticas.

La lista es grande y crece a diario, pensemos en el amaranto, el aguacate, la chía, las frutillas, productos que hemos consumido siempre, hasta los promocionados por la mercadotecnia como la cambucha, la miel de agave, la moringa y cantidad de productos exóticos como el kamut, la quinua, la espelta. Entre más exótico y más “ancestral” parezca, más popular se vuelve. Basta con que la caja nos diga que la consume cierto pueblo “aborigen” o los monjes pelones y medio encuerados de tal montaña, para que lo incluyamos en el carrito. Y qué decir de los polvos mágicos que nos venden con mezclas que contienen miríadas de antioxidantes, vitaminas, minerales, proteínas y todo aquello que necesitamos para vivir sanos y salvos.

Se nos olvida que la motivación de Kellogg y otros prominentes puritanos, fascistas y eugenésicos de la época, era evitar que los obreros perdieran el tiempo productivo comiendo y “masturbándose”. Entonces su idea era, “usando métodos holísticos”, tener “superalimentos” que contuvieran todo aquello que un trabajador necesita para rendir y no perder el tiempo comiendo y cocinando…

“Más proteínas que el huevo”; “contienen todas las vitaminas que tu cuerpo necesita”; “el cereal ancestral de lo pastores iraníes”, y un larguísimo etcétera. El asunto es que ninguno de ellos ha soportado los análisis y metaanálisis científicos (ya explicamos qué es esto en una entrega anterior de Cienciario). El asunto no es que usted no los consuma como parte de una dieta sana, sino que sucumba a la publicidad engañosa y peor aún, que suspenda sus tratamientos médicos porque encontró la solución fácil a sus males.

Vamos a ver, comer aguacate, o prepararse una rica agua de limón con chía no tiene mayor problema, comerse de vez en vez una alegría, de hecho, es muy sano. Yo desayuno a diario con frutillas (arándano, frambuesa, fresa), porque su índice glucémico es muy bajo y las puedo comer moderadamente, incluso preparo galletas con ellas como endulzante. Pero son apenas un complemento de una dieta y en mi condición, observarla disciplinadamente es crítico.

Ya hemos explicado que las vitaminas, por ejemplo, no tienen valor energético ni nutricional alguno, como reza la publicidad engañosa. Sumarle una cantidad industrial (de creer en lo que indican los paquetes) no tiene ningún valor, de hecho, terminarán en la taza del baño, a menos que usted tenga un problema que requiera una nutrición especial, que solo el médico, luego de estudios muy serios, puede recomendar. Lo mismo pasa con los aminoácidos, comerse costales de ellos no sirve de nada, en el mejor de los casos, terminarán convertidos y almacenados como grasas. Las proteínas, por su parte, no se asimilan como tales, la digestión las corta en sus aminoácidos constituyentes y los incorpora al metabolismo a medida que lo requiramos y no más, de tal forma que solo gastará a lo tonto. Las vitaminas, aminoácidos, grasas y azúcares que requiere, ya vienen en una dieta adecuada, no necesita suplementos.

¿Y los antioxidantes? Estos son un clásico de la chapucería comercial. A estos compuestos y elementos esquivos, se les atribuye cualquier cantidad de propiedades mágicas como evitar (y hasta curar) el cáncer, evitar el envejecimiento, curar la diabetes, y cualquier cosa que suene glamurosa. De nuevo, los antioxidantes que requerimos están en una dieta sana y un régimen de vida ídem.

Hay evidencias sólidas del poder de varios productos de la dieta, como los polifenoles y otros fenilpropanoides, que, consumidos en ciertas cantidades y productos de la dieta normal, aportan beneficios, pero metérnoslos de más, como suplementos, incluso puede resultar dañino o inservible.

Es el caso de resveratrol, un estilbeno de la uva y los cacahuates. Resulta que este compuesto, en estudios in vitro, ha demostrado tener efectos anticancerígenos, pero cuando lo consumimos, se biotransforma apenas tocar la lengua, en un compuesto totalmente inocuo y sin mayores propiedades. Pero ya gastamos la quincena en comprar productos que lo “contienen” (y eso habría que demostrarlo primero).

Qué más les puedo decir ahora que comienzan la penitencia de dietas después de los excesos. No, el maíz no contiene gluten, como reza la caja de unas tortitas de maíz, solo el trigo y parientes, entre los que están muchos de los llamados “superalimentos” y no, ninguna planta tiene colesterol, pero si fitoesteroles, que nuestro organismo trasformará en otros lípidos y grasas, y no, los minerales con los que se suplementan los productos que nos venden como superalimentos no aportan energía y, de hecho, no sirven para nada.

Decía arriba que los estudios serios no han podido demostrar las bondades de ninguno de los superalimentos con las que la publicidad los vende. De hecho, los jugos, batidos, aditivos, en realidad son más dañinos que benéficos y resultan muy peligrosos cuando pasan a suplantar -o complementar- los tratamientos médicos. Conozco gente que suspendió su terapia contra el cáncer o los medicamentos y dietas para la diabetes, esperanzados en lo que la publicidad y los consejos de vecinos les dictan. Coma bien y haga ejercicio, si tiene dudas, consulte a una nutrióloga (o nutriólogo) y deje de ser víctima de estos engañabobos.


Originario de un pueblo del Bajío michoacano, toda mi formación profesional, desde la primaria hasta el doctorado la he realizado gracias a la educación pública. No hice kínder, por que en mi pueblo no existía. Ahora soy Profesor-Investigador de la Universidad Michoacana desde hace mucho, en el área de biotecnología y biología molecular… Además de esa labor, por la que me pagan, me interesa mucho la divulgación de la ciencia o como algunos le dicen, la comunicación pública de la ciencia. Soy el jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia en la misma universidad y editor de la revista Saber Más y dedico buena parte de mi tiempo a ese esfuerzo.