“A diferencia de los animales, que tenemos centralizado el sistema inmune en células y tejidos especializados, en las plantas, este se encuentra activo en todo el cuerpo. Toda la planta es un sistema inmune…”
Horacio Cano Camacho
Por fortuna todos conocemos (o eso se esperaría), la importancia de las vacunas como uno de los medios de la medicina preventiva más eficaces para evitar el desarrollo de una enfermedad infecciosa o limitar los daños que nos causa si esta se presenta. El funcionamiento de esta herramienta de salud es realmente sencillo: se expone al cuerpo a una pequeña cantidad del microbio patógeno o alguno de sus componentes. Esto dispara el sistema inmunológico que reconoce a lo extraño y responde produciendo células de defensa y anticuerpos contra ese cuerpo ajeno. Nuestro sistema “guarda el recuerdo” de este contacto (memoria inmunológica) y de esta manera, nuestras defensas se activan rápidamente en el próximo encuentro con agresiones infecciosas futuras.
Las vacunas “enseñan” a nuestro sistema inmune a responder contra atacantes potenciales y si un número importante de la población está vacunado se confiere protección colectiva a los más débiles y susceptibles. Es fabuloso… Pero mi explicación, de inmediato, pone peros enormes contra el título que estoy usando. Me dirán rápidamente las plantas no poseen un sistema inmune, no hay un sistema circulatorio que traslade células y sustancias de respuesta, como los anticuerpos, a donde se requieran y …las plantas no tienen memoria.
Vamos a aclarar algunas cosas, a despecho de los veganos y esos gremios. Efectivamente, las plantas no tienen un sistema adaptativo homólogo al nuestro, basado en anticuerpos, pero, por supuesto que tienen un sistema de defensa innato, eficiente y preciso basado en los mismos principios que el nuestro: reconocimiento del agresor mediante receptores de señales de ataque, genes de resistencia, genes de defensa y claro, proteínas y una multitud de metabolitos para defenderse, además de una gran diversidad de compatibilidades contra los patógenos, igual que nosotros. Hay plantas naturalmente más resistentes que otras.
A diferencia de los animales, que tenemos centralizado el sistema inmune en células y tejidos especializados, en las plantas, este se encuentra activo en todo el cuerpo. Toda la planta es un sistema inmune… Ahora sí, puede darse cuenta de que el título si va cobrando sentido.
Las plantas tienen un sistema de defensa basado en dos tipos, las características estructurales que actúan como barreras contra las infecciones (igual que nuestra piel) que incluyen la cutícula, la pared celular y otras estructuras físicas. Luego viene un sistema de respuesta activo, es decir, que se encuentra ausente de la planta sana y solo se pone en marcha cundo el ataque es reconocido, y claro que puede viajar al resto del cuerpo, algo que se llama respuesta sistémica y muchos de sus principios son totalmente homólogos a lo que sucede con nosotros.
La pared celular cobra una importancia fundamental en la defensa. Además de ser una barrera muy difícil de vencer, pues la mayoría de los agentes patógenos potenciales son incapaces de atravesarla, pero si esto ocurre, generan las señales para que se reconozca este ataque y encender los sistemas de defensa. La pared celular en una especie de saco que rodea a todas las células vegetales y está formada de carbohidratos, polifenoles y pequeñas cantidades de proteína.
Los carbohidratos son la parte más ubicua y abundante y están constituidos por polisacáridos complejos como la celulosa (polímero de glucosa), pectina (polímero de ácido galacturónico), hemicelulosas (polímeros muy diversos de xilana, ramnosa, y otros azúcares) y cantidades diversas de otras glucanas formadas por glucosa, manosa, etc.
La mayoría de los seres vivos somos incapaces de digerir esa estructura, a pesar de estar formada de azúcares, salvo una pequeña cantidad de bacterias, hongos, algunos protozoarios y pocos insectos, pues estos poseen enzimas capaces de digerir los carbohidratos complejos de la pared.
Varios trozos de estos carbohidratos, básicamente pequeñas moléculas de pectina y de glucanas, se desprenden de la pared por la acción de las enzimas del atacante o por heridas y entonces son reconocidas por proteínas de la membrana celular vegetal que generan señales que activan los genes de defensa: Esos oligosacáridos son la señal de la amenaza. La planta entonces activa una multitud de genes que codifican para proteínas de defensa (toxinas, inhibidores, enzimas digestivas), señales que viajarán a otras zonas para avisar (incluyendo hormonas gaseosas), y enzimas que sintetizarán antibióticos (muchos de los cuales nosotros los usamos como medicinas). El sistema inmune vegetal se ha puesto en marcha.
Esto sucede de manera natural, pero nosotros podemos imitar el proceso, reconociendo, aislando y estudiando esas pequeñas moléculas. De hecho, en el laboratorio logramos aislar varias que, al momento de ser inoculadas en la planta, imitan perfectamente la infección (sin serlo) y desencadenan la respuesta inmune. Incluso inducen la defensa contra múltiples agentes patógenos. Además, se ha visto que las plantas, luego de este tipo de tratamiento, responden más rápido ante el ataque de un patógeno verdadero (inmunidad), logrando una muy eficiente respuesta de defensa. ¿Lo ve? Tal y como funcionan las vacunas en humanos…
El asunto está en aislar las moléculas precisas, que sean específicas de la defensa contra lo que queremos proteger a la planta, ya que muchos oligosacáridos están involucrados en otras respuestas de la planta como la reproducción, la senescencia, incluso la muerte celular programada. El otro gran problema es su aplicación, ya que en un cultivo no podemos ir “vacunando” de planta en planta.
Todo esto es tema de muy intensos estudios y algún día podremos contar con vacunas eficientes, también para nuestras plantas. Lo único que estamos haciendo es imitar a la naturaleza…
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