«…la pandemia aun no termina, no es el momento de bajar la guardia. Los resultados obtenidos hasta ahora fueron muy bien anticipados por la ciencia, pero se requiere investigar más y trabajar en vacunas más eficaces.»
Horacio Cano Camacho
Estamos atravesando un momento de confianza respecto a la pandemia de Covid. Tenemos la sensación de que se le ha derrotado. Esta sensación está fundamentada en la disminución drástica de casos y en particular por el hecho de que la enfermedad es cada vez más leve en la mayoría de los contagiados actuales. Las vacunas han jugado un papel esencial en este fenómeno, aunque no son el único, el distanciamiento social y la continuación de las medidas de protección siguen siendo un factor muy importante.
Sin embargo, la enfermedad está lejos de ser derrotada. Nadie puede asegurar que no surjan variantes más contagiosas o letales o los daños por efectos secundarios a mediano y largo plazo de quienes sufrimos el contagio. Las vacunas disponibles protegen contra una enfermedad grave y hay indicios de que pueden reducir la transmisión, pero es claro que con cierta “facilidad” el virus evade las respuestas de defensa inducidas por estas vacunas y logra infectar nuevamente, por fortuna provocando enfermedad leve.
Estas vacunas fueron una medida de emergencia y su objetivo general era detener rápidamente la expansión de la pandemia y sus efectos más letales. Ahora ya con más tranquilidad, los laboratorios se dirigen a preparar vacunas verdaderamente neutralizantes o que impidan que el virus pueda escapar a la protección.
Otro problema es la alta tasa de portadores asintomáticos que las nuevas subvariantes de SARS-CoV2 Ómicron generan, y en realidad por todas las variantes conocidas, lo que conduce a una muy rápida transmisibilidad silenciosa, que a su vez provoca muchas complicaciones para su control.
Para que un virus reconozca a la célula que va a infectar, el mecanismo involucrado son los receptores en la superficie celular. Los virus poseen características estructurales en su superficie que les permiten reconocer y ser reconocidos por las células, fijarse a ellas y penetrar su superficie. Pensemos en que el virus posee la llave y la célula, la cerradura. El SARS-CoV2, responsable del Covid-19, no es la excepción. En su superficie presenta una proteína que explica por qué infecta tan fácilmente las células humanas.
Esta proteína es la famosa proteína de la “espiga o espícula”, también abreviada como S que posee dos regiones, S1 y S2. S1 tiene los dominios o zonas de unión a un receptor llamado “enzima convertidora de la angiotensina” o ACE2, una proteína presente en gran variedad de células humanas y no solo respiratorias y que es la “puerta de entrada” para el virus, o la cerradura para la que el virus tiene la llave. El otro dominio S2, es responsable de la fusión del virus a la membrana celular y la entrada a las células humanas.
Esto lo supimos apenas unas semanas después de identificada la enfermedad y caracterizado el virus responsable, lo que constituyó uno de los mayores logros de la biología molecular de todos los tiempos. Además de explicarnos los mecanismos de contagio del virus, también hizo evidente que la proteína S era el blanco terapéutico óptimo para vacunas y medicamentos. Si pudiéramos bloquear la unión de S al receptor ACE2, tendríamos la manera de protegernos contra la enfermedad.
De manera que se construyeron vectores para “presentarle” al sistema inmune humano a la proteína S. La diferencia entre las vacunas usadas es cómo entregan S, si es a través de un virus “muerto”, si es mediante un virus construido a partir de uno muy leve o en vesículas portadoras del ARNm de S. Todas las vacunas autorizadas y usadas resultaron eficaces con este propósito. Nuestro organismo reconoció al virus cuando intentó invadirnos y lo bloqueó… Pero los anticuerpos generados por nosotros no son neutralizantes, es decir, no necesariamente bloquean la invasión a las células, aunque la reduzcan considerablemente, lo que explica en gran medida la reducción constante y rápida de la pandemia en aquellos países con altas tasas de vacunación, como el nuestro.
El otro problema es que la proteína S, dado su papel crucial en el éxito del virus, está sometido a enormes presiones de selección y cualquier cambio en sus características puede disminuir o mejorar sus capacidades para reconocer a los receptores ACE2 y las variantes más contagiosas, como ómicron, lo son porque su proteína S es más eficiente para unirse a las células huésped. Adicionalmente, como las vacunas se prepararon contra las primeras variantes del SARS-CoV2 aisladas, estos pequeños cambios hacen menos eficaz el reconocimiento por los anticuerpos que generamos por las vacunas y, por lo tanto, vacunarnos no evita que volvamos a contagiarnos, si bien, la enfermedad es leve y somos, ahora, malos dispersores de la enfermedad. Es decir, las vacunas funcionaron para lo que se diseñaron y lo hicieron muy bien.
Ahora debemos pensar en diseñar mejores vacunas, con la fase más peligrosa de la pandemia controlada. Una forma es crear vacunas para cada nueva variante que se presente. Eso se hace con la vacuna contra la influenza. El problema es que hay que estar vacunando a cada rato, lo que resulta caro y engorroso y conduce a los gobiernos a vacunar solamente a las personas de mayor riesgo de enfermedad grave.
Otra alternativa es buscar en la proteína S, en particular en el dominio S2, las regiones más estables, las que menos tasa de mutación presenten y generar vacunas específicas contra estas regiones. Esto aseguraría que el virus no pueda escapar a la respuesta inmune y que no pueda infectar, lo que detendría definitivamente el contagio y ya hay varias regiones localizadas para este fin. Las vacunas resultantes serían inductoras de una fuerte respuesta inmune del tipo neutralizante.
La otra alternativa es el diseño de fármacos que tengan como blanco estas zonas, que, combinado con las vacunas, serían la mejor manera de detener definitivamente a la enfermedad. Existen unos anticuerpos sintetizados en el laboratorio mediante biotecnología que son muy pequeños y capaces de reconocer y unirse a micro-regiones de la proteína blanco, bloqueándola y marcándola para ser destruida por la respuesta inmune celular. Se les llama “mini-anticuerpos” y ya se están ensayando. Serían una alternativa terapéutica muy eficaz.
En fin, la pandemia aun no termina, no es el momento de bajar la guardia. Los resultados obtenidos hasta ahora fueron muy bien anticipados por la ciencia, pero se requiere investigar más y trabajar en vacunas más eficaces. Esto no significa una nueva vacunación masiva y global, sino un arma que aunada a la vigilancia nos permita detener cualquier brote de una posible variante peligrosa que surja en el futuro y asegurar, ahora sí, la derrota de este terrible virus. Sigamos cuidándonos, el final está cada vez más cerca.
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