“El problema es que nadie no enseñó. La ciencia se nos ha enseñado como una colección de cosas para memorizar, en las que importa la memorización, y no se presta atención a la capacidad e integración del conocimiento y desde luego, nadie presta atención a la comprensión”.

 

Horacio Cano Camacho

En días pasados asistimos a una “discusión” en redes y seguramente en muchas familias y grupos de amigos sobre los “sismos de septiembre” y el vaticinio de que nos espera un terremoto el 19 de este mes porque así es y será en los próximos años. En realidad, tomo este asunto de ejemplo, como podría tomar el tema de las “lluvias en exceso” o la peligrosidad de las vacunas o el dióxido de cloro. En estas peleas lo que más se extraña es la presentación de argumentos racionales y evidencias para probar las afirmaciones, y en cambio se apela a la autoridad (del que discute) o la capacidad para enredar las cosas y confundir.

Estamos presenciando un éxito enorme de los “argumentos” negacionistas y la pseudociencia que se comparten sin análisis ni reflexión alguna. La mayoría usa una sola fuente de información y la acepta como verdadera, aunque no sepa ni de dónde viene. Es evidente que adolecemos de un pensamiento crítico y esto es delicado. El pensamiento crítico nos puede salvar de creer las noticias falsas o caer en engaños; también libra a los demás de nuestros propias chapucerías que, aunque no sea intencional, podemos repetir por comodidad o por querer tener la razón a toda costa.

El pensamiento crítico acepta y requiere caer en el error, es decir, plantearse como provisional y aceptar la posibilidad de corrección o la demostración de la equivocación. Es un paso obligado, después de todo su valor estará en la luz que arroja, es decir, en la verdad. Reflexionar, cuestionar y analizar todo aquello que se nos presenta como “hechos”. Esto es fundamental en este tiempo de “fake news” y muy poco rigor al compartir noticias y “hechos” a través de las diferentes plataformas de internet y los medios masivos de comunicación.

Carl Sagan, el famoso astrofísico y divulgador de la ciencia, decía que el valor del pensamiento crítico es que se trata simplemente de un medio para construir y comprender un argumento razonado y -especialmente importante- reconocer un argumento falaz o fraudulento. La cuestión no es si nos gusta la conclusión que surge de esa vía de razonamiento, sino si las conclusiones que se derivan de los argumentos (y los mismos argumentos) son ciertas.

Regresemos al temblor del día 7: ¿tiembla más en septiembre? ¿hay una especie de fecha fatal para los terremotos? Bastaría una visita a los registros del Sistema Sismológico Nacional que tiene datos de más de cien años para darnos cuenta que septiembre no es, ni mucho menos, el más “temblón”, que en ocasiones y por casualidad, pueden coincidir temblores de intensidad apreciable en un mismo día (otros distintos a septiembre), pero son solamente eso, coincidencias.

Lo mismo aplica para las lluvias. Una visita a la página del Servicio Meteorológico Nacional nos muestra datos de cada localidad desde hace décadas, de manera que podemos ver con facilidad que hay años más lluviosos que otros y que este 2021 no es de estos últimos. Pero las “discusiones” y opiniones en las redes ponen en evidencia que la mayoría de la población (al menos la que usa redes o los que cobran por dar “opiniones” en los medios y las que el auditorio les cree), no dominan las habilidades suficientes en el manejo de la argumentación científica: creen y nos pasan sus creencias como verdades indiscutibles.

La argumentación científica es una práctica y un recurso indispensable para la creación de ciudadanía y no solo en la ciencia. Se define como el intento de validar o rechazar una preposición sobre la base de la razón de manera que refleje los valores de la ciencia. En este contexto, una «preposición» no es solo una opinión personal o una idea de algunos… Es una conjetura o hipótesis que se ofrece como una explicación sustentada en evidencias.

Por evidencias nos referimos a medidas, observaciones y descubrimientos que han sido colectados, analizados e interpretados por otros, o nosotros mismos, usando el método científico y han alcanzado un consenso en la comunidad científica (artículos científicos, conclusiones de expertos, etc.).

El problema es que nadie no enseñó. La ciencia se nos ha enseñado como una colección de cosas para memorizar, en las que importa la memorización, y no se presta atención a la capacidad e integración del conocimiento y desde luego, nadie presta atención a la comprensión.

Tenemos que cambiar, tanto en la educación formal como en nuestras actitudes, para explicar fenómenos y hechos de la vida cotidiana: se requiere que los ciudadanos manejen explicaciones científicas acerca del mundo natural, para ser capaces de usar ese conocimiento en la resolución de problemas, y ser capaces de entender las nuevas explicaciones cuando estas se presenten. Es indispensable que cualquiera sea capaz de evaluar y generar explicaciones a los problemas mediante argumentos científicos.

Cualquier ciudadano necesita comprender la naturaleza del conocimiento científico, porque las personas que dominan la «argumentación científica» como habilidad, pueden ser más capaces de comprender el lenguaje de la ciencia, y participar en la práctica científica en su formación y en su vida cotidiana.


Originario de un pueblo del Bajío michoacano, toda mi formación profesional, desde la primaria hasta el doctorado la he realizado gracias a la educación pública. No hice kínder, por que en mi pueblo no existía. Ahora soy Profesor-Investigador de la Universidad Michoacana desde hace mucho, en el área de biotecnología y biología molecular… Además de esa labor, por la que me pagan, me interesa mucho la divulgación de la ciencia o como algunos le dicen, la comunicación pública de la ciencia. Soy el jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia en la misma universidad y editor de la revista Saber Más y dedico buena parte de mi tiempo a ese esfuerzo.