“Si bien es cierto que el SARS-CoV2 es un virus de reciente salto a los humanos, ya teníamos una pelea dura con otros coronavirus. El SARS y el MERS son dos pandemias más letales de coronavirus, que precedieron al Covid-19 por unos pocos años y realmente tenemos mucha relación con otros virus de la familia, presentes incluso en catarros comunes”.

 

Horacio Cano Camacho

Anoche escuché a unas personas hablar sobre el fin del mundo que se avecina, y resulta que este se manifiesta por una sucesión de “plagas”. Además de guerras, se nos vino “la Covid” y ahora ya está aquí la hepatitis y la viruela como pruebas de sus paranoias apocalípticas…

Yo me limité a escuchar sin pretensión de intervenir. Sin embargo, no me privé de meditar sobre tamaños argumentos. En realidad, en guerra hemos estado, en diversas zonas del mundo, permanentemente durante el siglo XX y lo que va del XXI y desde que yo tengo memoria, incluso podemos decir que los conflictos de intensidad tal que califiquen como guerras están ahora un poco más atenuados que antes del fin de la llamada guerra fría. Y respecto a las pandemias que ahora nos preocupan, la verdad es que ni son nuevas ni surgieron de la nada.

Si bien es cierto que el SARS-CoV2 es un virus de reciente salto a los humanos, ya teníamos una pelea dura con otros coronavirus. El SARS y el MERS son dos pandemias más letales de coronavirus, que precedieron al Covid-19 por unos pocos años y realmente tenemos mucha relación con otros virus de la familia, presentes incluso en catarros comunes. Otras grandes pandemias tienen entre nosotros mucho tiempo, como el SIDA, el dengue, la influenza, la hepatitis, la malaria, el Ébola, entre otras y debemos reconocer que también matan o dejan secuelas muy serias en millones de personas anualmente por todo el mundo. Hay que reconocer, además, que esta última no es de las más mortíferas de las que recordamos. La viruela produjo más de 300 millones de muertes solo en el siglo XX, mientras que la pandemia de influenza produjo más de 50 millones de muertes a principios de siglo y se calcula que ha matado a más de 300 millones de personas hasta la fecha.

En gran medida la idea de que se “nos vienen” encima nuevas pandemias, es producto de la atención mediática, consecuencia de la crisis sanitaria de los últimos dos años, que ha llevado a prestarle atención a noticias que antes pasaban desapercibidas. Esto no es malo por sí mismo. El problema es se quede en un recurso para infundir el miedo o una vía para reforzar ideas catastrofistas. Si algo podemos aprender de la pandemia de Covid, es el valor de la vigilancia y esto tiene implicaciones en muchas direcciones.

Muchas de las principales enfermedades infecciosas responsables de epidemias graves, las producen patógenos que tienen su origen en animales, es decir, son enfermedades zoonóticas. Su paso a los humanos y su propagación ha sido favorecida por la ocupación y la explotación del entorno, que han desestabilizado los ecosistemas y el hábitat de los animales que comienzan a compartir espacios, antes impensables, con los humanos.

Si trazamos mapas en los que localicemos el origen de las principales zoonosis, podremos ver que estas zonas coinciden con áreas de devastación ambiental, de sustitución de los entornos naturales para su incorporación al cultivo, la minería o la residencia humana. La historia nos demuestra que la salud de los ecosistemas se encuentra íntimamente enlazada con la salud humana y el desarrollo de la sociedad. Las grandes pandemias surgen en esas zonas donde llegamos “por primera vez”, rompemos las cadenas de interacciones naturales, es decir, provocamos grandes cambios ambientales y luego, la globalización económica trasporta las nuevas enfermedades a lugares donde difícilmente hubiesen llegado por su dinámica natural.

Es el caso de la viruela de los monos que ahora nos preocupa. En la década de los años 70 del siglo pasado, la viruela, una de las enfermedades más mortales y terribles que hemos conocido fue erradicada a través de la vacunación masiva y otras medidas sanitarias. Pero no es la única enfermedad provocada por virus. Otros viejos conocidos nuestros son la viruela vacuna (Vaccinia virus) y a partir del cual se desarrolló la primera vacuna hace más de 220 años, y la llamada viruela de los monos, que a pesar de su nombre no usa de reservorio a primates sino a roedores…

La enfermedad se originó en África y se tienen reportes de brotes epidémicos desde el siglo pasado, incluso fuera de África (en 2003, en EUA). El origen es incierto, sin embargo, está relacionado a la ocupación de hábitats selváticos por poblaciones humanas que huían de las constantes guerras o que invadían áreas silvestres para realizar extracción de minerales. La enfermedad también parece que aceleró su paso a humanos con el cese de la vacunación contra la viruela, allá por 1980.

Una ventaja que no debemos perder de vista en el actual brote, es que las antiguas vacunas contra la viruela, son altamente efectivas contra esta nueva amenaza (>85%), que además no es tan letal como su pariente erradicada, además de la existencia de varios medicamentos efectivos en estudios in vitro, es decir, no partimos de cero.

Así como requerimos de vigilancia estricta contra la viruela de los monos, debemos dotar de recursos humanos, económicos y materiales a los laboratorios estatales de diagnóstico, capacitar mejor a los médicos para su identificación y preparar más y mejores virólogos, epidemiólogos, vacunólogos y desde luego, ecólogos, zoólogos y veterinarios especialistas en zoonosis, en fin, hay que diseñar con urgencia investigaciones, políticas y leyes que ayuden a prevenir estas epidemias y plagas y estar preparados para las siguientes “plagas”, que sin duda llegarán.

Pero el principal frente en la lucha contra estas enfermedades sigue siendo la protección ambiental, evitar la devastación de los ecosistemas por actividades económicas o realizar el estudio estricto del impacto que estas actividades pueden tener también en la salud humana. Estos brotes que salen en las noticias y circulan en redes, no debieran asustarnos al punto de la inmovilidad, deberían mostrarnos con toda claridad el valor del conocimiento científico…


Originario de un pueblo del Bajío michoacano, toda mi formación profesional, desde la primaria hasta el doctorado la he realizado gracias a la educación pública. No hice kínder, por que en mi pueblo no existía. Ahora soy Profesor-Investigador de la Universidad Michoacana desde hace mucho, en el área de biotecnología y biología molecular… Además de esa labor, por la que me pagan, me interesa mucho la divulgación de la ciencia o como algunos le dicen, la comunicación pública de la ciencia. Soy el jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia en la misma universidad y editor de la revista Saber Más y dedico buena parte de mi tiempo a ese esfuerzo.