“Cuando las condiciones son adecuadas, la espora germina y forma una estructura de penetración, llamada hifa de penetración, que produce enzimas que deshacen la cutícula de la planta, una cubierta de ceras que protege contra la desecación o aprovecha heridas para penetrar y una vez dentro del tejido se convierte en una hifa de infección.”
Horacio Cano Camacho
Imagine la siguiente escena: A la Tierra llegan lluvias de esporas microscópicas que contaminan el agua, los alimentos y objetos cotidianos y el aire mismo. Esas esporas entran a nuestros cuerpos sin que nos demos cuenta. El ambiente ácido de nuestro sistema digestivo ataca a las esporas, pero únicamente ablanda sus cubiertas, lo que posibilita que estas “germinen” y comience a emerger de ellas unas células larguísimas (micelio) que penetran en las paredes del intestino por los espacios intercelulares, sin tocar el tejido. Llegan a los vasos sanguíneos y a partir de allí se distribuyen por todo nuestro cuerpo.
Esos micelios secretan una sustancia que los recubre, impidiendo que nuestro cuerpo los reconozca como extraños y por consecuencia, no se activa el sistema inmune, permitiendo de esta manera que el pasajero extraño se extienda por todos los tejidos, los órganos y cada rincón de nuestro cuerpo. El extraño se alimenta de los nutrientes que viajan por el torrente sanguíneo, devora las sustancias que nuestras células emiten para comunicarse o para alimentar a otros tejidos. El invasor se encuentra en una fase biotrófica de su ciclo de vida y todos los sistemas de protección, alerta y combate nuestros ni siquiera lo han detectado. Estamos completamente invadidos.
Unos días después de la invasión, alguna señal dispara un cambio radical. Nuestro pasajero detecta esos cambios y se disparan mecanismos internos que provocan una transformación aun más siniestra. El organismo invasor sale de su fase parasitaria y ataca repentinamente a cada célula de nuestro cuerpo. El invasor ha pasado a una fase necrotrófica. Produce enzimas que digieren a nuestras células. El golpe es tan masivo que nuestro sistema inmune se ve reducido de inmediato. Ya no hay remedio, moriremos digeridos y licuados por dentro. Nuestros cascarones estallan por debilidad, liberando millones de esporas más que buscarán nuevos huéspedes…
Esta podría ser mi versión mala de un cuento de terror de H.P. Lovecraft o una de ficción weird de Jeff VanderMeer, si no fuera por que es una descripción del modo de vida del hongo con el que trabajo, Colletotrichum lindemithianum, un hongo perfectamente terrestre, que por fortuna solo ataca a las plantas de frijol y es responsable de una enfermedad muy delicada llamada antracnosis.
Aunque no sea de manera tan dramática, este tipo de invasiones también ocurren en animales, tal es el caso de la adiaspirosis que afecta los pulmones en humanos, o las aspergilosis que afectan todo el sistema respiratorio y que en casos invasivos suele ser grave. Los hongos pueden penetrar los vasos sanguíneos y diseminarse por todo el organismo
En ambos casos se trata de hongos microscópicos que habitan normalmente en el suelo y cuyas esporas pueden ser inhaladas por nosotros o viajar largas distancias arrastradas por el suelo hasta que alguien las respira. Las distancias que recorren las esporas pueden ser enormes. En México se han detectado provenientes del Sahara y seguramente las sequías provocadas por el cambio climático agravarán los problemas de este tipo de micosis.
Regresando a mi hongo, decía que es responsable de la antracnosis del frijol, la principal causa de perdidas en la producción de este alimento a nivel mundial. Es muy interesante revisar la estrategia utilizada para invadir. Las esporas viajan por el aire, el agua, en los aperos de labranza, se encuentran en el suelo y pueden fijarse a las plantas. Cuando las condiciones son adecuadas, la espora germina y forma una estructura de penetración, llamada hifa de penetración, que produce enzimas que deshacen la cutícula de la planta, una cubierta de ceras que protege contra la desecación o aprovecha heridas para penetrar y una vez dentro del tejido se convierte en una hifa de infección. Las hifas van creciendo por los espacios que hay entre una célula y otra, alimentándose de secreciones nutritivas de las células del frijol y restos del metabolismo normal de la planta. El hongo también produce sustancias inhibidoras de la respuesta de defensa, anulando por completo la capacidad de detección.
Cuando el hongo ha invadido toda la planta o un tejido completo, las hifas comienzan a hincharse por el aumento de la presión de turgencia promovido por la síntesis de melanina (si, como la que da color a nuestra piel y cabello) y un alcohol llamado glicerol. Esta hinchazón comienza a ejercer una enorme presión sobre las células y es ayudada por la secreción de enzimas que degradan la pared celular vegetal, entre las que encontramos celulasas, pectinasas, hemicelulasas, ligninasas y varias decenas más, lo cual rompe los tejidos vegetales, nutre al hongo y debilita por completo a la planta, hasta que la mata. Podemos ver como quedan los tejidos vegetales. Sus hojas, tallos, frutos, quedan como un cascarón negro hecho de carbón. La planta está condenada…
A nosotros nos interesa este hongo por el potencial biotecnológico que tiene con la producción de un enorme arsenal de enzimas que son muy demandadas para aplicaciones industriales, médicas, alimentarias, biocombustibles, etc. Pero este bicho, digno protagonista de una película de terror gótico, también nos está dando mucha luz sobre la evolución de los estilos de vida, de saprófitos a patógenos, lo que nos permitirá comprender mejor las interacciones de los hongos con los otros reinos.
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