La ciencia cumple con ser predictiva en base a las evidencias. Este texto publicado en Cienciario hace casi tres años, el 20 de noviembre del 2017, exhibe para estos días toda su pertinencia: enfermedades que se salen de control y quiebran al mejor sistema de salud, además del lamentable acompañamiento de la desinformación y del fanatismo anticientífico.

 

Horacio Cano Camacho

Estamos asistiendo a la pérdida de control de enfermedades que se estimaba estaban por ser erradicadas de nuestras listas de males. En particular, los países desarrollados habían establecido sistemas de atención y prevención que hacían previsible su control total. Males como el sarampión eran cosas que solo le ocurrían a los más pobres. Sin embargo, resulta paradójico que el control se haya comenzado a resquebrajar precisamente en los países con los mejores sistemas de salud. Y lo mismo pasa con paperas, difteria y tosferina. Mucho de este problema se lo podemos atribuir a los movimientos antivacunas cuya actividad hace posible el desarrollo de brotes de enfermedades anteriormente controladas, destruyendo lo que en años de investigación y atención se había conseguido y de esto hay cada vez menos dudas.

Hay otras enfermedades que retornan por que no se habían ido del todo y es el caso que nos ocupa ahora. Vamos a charlar sobre la peste, una enfermedad cuya sola mención infundía el terror en la población. Durante siglos asoló a la humanidad y junto con la viruela se estima que mató a cerca del 50 por ciento de la población de Europa en sus años más violentos en la llamada Edad Media. Es sin duda, la pandemia más devastadora en la historia de la humanidad. Su mayor efecto ocurrió en el Siglo IV, entre los años 1340 y 1360. Se estima que llegó del Asia Central asediada por el Imperio Mongol y se expandió rápidamente por Europa ayudada por las pésimas condiciones de higiene, el hambre, las guerras constantes y la falta de conocimientos científicos sobre su naturaleza, origen y desde luego, control.

En una etapa dominada por el poder religioso, la ignorancia y la superchería de la población (como sucede ahora con los antivacunas), que ignoraba las señales de la enfermedad, las atribuía a faltas religiosas y cuando se hacia consciente del peligro, huía de los pueblos ante la aparición de algunos casos, llevando consigo al agente causal y sus vectores, contribuyendo así a su rápida expansión. De la misma manera, la creciente apertura de rutas comerciales y la movilización constante de ejércitos contribuyeron a la tragedia. La presencia de otras enfermedades pandémicas como disentería, la gripe, el sarampión y la lepra agravó este nuevo azote.

La peste es una enfermedad muy contagiosa producida por la bacteria Yersinia pestis que es trasmitida por pulgas que parasitan a pequeños mamíferos, en particular la rata de alcantarilla (Rattus norvegicus). Cuando una persona se contagia de la bacteria, suele presentar los síntomas luego de un periodo de incubación de 3 a 7 días. Se conocen dos formas clínicas: la llamada peste bubónica y la pulmonar. La primera se llama así por la inflamación característica y muy dolorosa y supurante de los ganglios linfáticos de brazos e ingles (bubas). Es la más frecuente y presenta una tasa de mortalidad del 60% en ausencia de tratamiento oportuno. La pulmonar o neumónica es mortal. Tiene un 100 por ciento de mortalidad.

Se transmite entre los animales y los humanos (una enfermedad que pasa de los animales a los seres humanos se llama zoonótica). El contagio era fácil porque ratas y humanos estaban presentes en graneros, molinos y casas, en donde se desarrollaba la rata, que era infestada por pulgas. La picadura de pulgas infectadas (Chenopsylla cheopis) era el medio inicial de contagio, luego el contacto directo con los enfermos y sus secreciones y la aspiración de las gotitas del estornudo y saliva de una persona infectada con peste neumónica.

Yersinia pestis, el agente causal, entra en el organismo por la picadura de la pulga y se desplaza hasta el ganglio linfático más cercano, donde se multiplica. El ganglio linfático inflamado, tenso y doloroso se denomina «bubón o buba». En las fases avanzadas de la enfermedad, los ganglios linfáticos inflamados pueden convertirse en llagas abiertas supurantes. La peste bubónica raramente se transmite entre personas. Sin embargo, puede evolucionar y diseminarse a los pulmones, causando la forma más grave de la enfermedad (peste neumónica espectorante). El periodo de incubación de esta última puede ser de tan solo 24 horas. Cualquier persona con peste neumónica puede transmitir la enfermedad a otras personas a través de secreciones respiratorias. En ausencia de un diagnóstico y un tratamiento precoces, esta forma es mortal.

La peste responde muy bien al tratamiento con antibióticos cuando se le diagnostica en fase temprana. El descubrimiento de la penicilina supuso una de las mayores victorias de la humanidad contra la llamada “muerte negra”. Si bien puede ser fatal rápidamente (dentro de dos o tres días), la administración pronta de antibióticos es suficiente. El otro factor de control de esta terrible enfermedad fue el descubrimiento del agente causal y su forma de transmisión, lo que supuso una mejora en las condiciones higiénicas de las personas.

Muchos creímos que los días aciagos de la peste eran cosa de historia y novelas. ¿Cómo entonces se coló a la prensa hace unos días la noticia de un brote epidémico en algunas zonas de África que lleva al momento cerca de quinientas víctimas, más de cien de ellas mortales? Tenemos el conocimiento sobre la enfermedad, tenemos la herramienta principal del diagnóstico y la cura… ¿Qué pasó?

La peste se controló, pero no desapareció. Con cierta frecuencia se presentan brotes epidémicos como el actual en Africa. Persiste en EUA, en la costa oeste, en Bolivia y Brasil, Asia Central y como uno de sus principales reservorios en Madagascar y áreas vecinas del continente africano. Una enfermedad contagiosa se controla con vigilancia permanente, un diagnóstico oportuno y confiable, las medidas preventivas como la vacunación y el control de los vectores. En el caso de la peste no se recomienda la vacunación más que a personal sanitario expuesto, sin embargo, la pobreza que genera hacinamiento, desnutrición y falta de higiene predisponen a la población a la enfermedad. A esto aunamos la devastación ambiental y la destrucción de los ecosistemas que provoca la “explosión” de sus vectores (ratas y pulgas) que al no tener los controles naturales se multiplican y entran o incrementan el contacto con la población.

Las técnicas más certeras de diagnóstico son producto de la biología molecular (en especial la llamada PCR), sin embargo, la falta de inversión de los países pobres en investigación, sumado a la escasez de personal capacitado en estas técnicas, así como el mal uso de los antibióticos generan las condiciones precisas para los brotes. Muchas de las primeras víctimas mortales son el personal sanitario que no dispone de las vacunas para protegerlo y la falta de habilidad de los médicos para diagnosticar la enfermedad en sus primeras etapas establece un pronóstico muy complejo para todas esas enfermedades.

Mientras escribo esta nota, se anuncia que en otras regiones de África central se ha diagnósticado un brote de viruela de los monos, otra enfermedad zoonótica en una población humana. Esta es un mal muy similar a la viruela ya erradicada, si bien más leve. Pero no deja de ser preocupante la pérdida de control, tanto como la emergencia, de muchas enfermedades que están pasando a los humanos desde sus reservorios naturales, debido a la invasión de ambientes en los que no habíamos estado antes y la destrucción de la vida silvestre y su equilibrio natural y de manera fundamental al cambio climático, que al igual que los antivacunas, muchos se niegan a aceptar por simple fanatismo. Algo que nos debe hacer reflexionar…


Fotografía: Unsplash


 

Originario de un pueblo del Bajío michoacano, toda mi formación profesional, desde la primaria hasta el doctorado la he realizado gracias a la educación pública. No hice kínder, por que en mi pueblo no existía. Ahora soy Profesor-Investigador de la Universidad Michoacana desde hace mucho, en el área de biotecnología y biología molecular… Además de esa labor, por la que me pagan, me interesa mucho la divulgación de la ciencia o como algunos le dicen, la comunicación pública de la ciencia. Soy el jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia en la misma universidad y editor de la revista Saber Más y dedico buena parte de mi tiempo a ese esfuerzo.