“Lo químico como oposición a lo natural. En la actualidad, incluso le denominamos orgánico, aun cuando este término deriva de la química de la vida, es decir, de la química del carbono”.
Horacio Cano Camacho
Alguna vez le preguntaron a Severo Ochoa, médico y científico español, galardonado junto a Alfred Kornberg, su exalumno, con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina: ¿Qué es la vida? Ante tan tremenda pregunta, el científico respondió de una manera sorprendentemente sintética: la vida es química y física…
Y tiene razón. Asumimos que un ser vivo lo es si cumple con una serie de funciones que caracterizan a los sistemas vivos. Los organismos se autoconstruyen, crecen y se reproducen de manera autónoma, capturan y producen energía, mantienen un equilibrio interno para ajustarse a las cambiantes condiciones externas (homeostasis) y almacenan, procesan y heredan información química para hacer todo esto.
Todas estas funciones son posibles por la existencia de un sistema complejo que coordina una miríada de reacciones químicas que proporcionan todo lo que se requiere para sostener este entramado complejo.
Pero por alguna razón, nosotros, aun cuando somos producto de la química (y la física), le tememos a esta palabra y la asociamos con algo negativo, tóxico, “artificial” y por todo ello, condenable. ¡Eso es pura química, no lo tomes! Mejor toma esto, es “natural”.
Lo químico como oposición a lo natural. En la actualidad, incluso le denominamos orgánico, aun cuando este término deriva de la química de la vida, es decir, de la química del carbono.
De manera que andamos por la vida buscando alternativas “naturales” a todo cuanto consumimos, para alejarnos de la maldita química, aun cuando lo “natural” es pura química…
Vamos a poner un ejemplo, que de tan cotidiano pasa desapercibido para la mayoría. ¿Cómo controlamos la fiebre, el dolor de cabeza y la inflamación? Tomamos un medicamento muy común llamado aspirina. Aunque la aspirina pura se comenzó a comercializar allá por 1899, las propiedades curativas del Sauce (Salix sp.) y otras plantas ricas en salicilatos (si, el compuesto químico que hace esos milagros) ya se conocían desde la antigüedad. En el Antiguo Egipto se utilizaban ya los extractos de sauce para “curar” los mismos males que en la actualidad. En Grecia, Hipócrates da cuenta 400 AC, de la necesidad de beber té salicílico para bajar la fiebre. En la edad media se usaban emplastes de sauce y otras plantas, para curar el dolor de cabeza. Incluso en América se usaban (aun lo hacen), los famosos chiquiadores de hojas de tabaco y otras solanáceas, con el mismo fin.
Para mediados del Siglo XIX, ya se había demostrado que el principio activo que tenía esas propiedades antipiréticas, antiinflamatorias y analgésicas, era el ácido salicílico (por salix=sauce). Este compuesto puro, era muy eficiente, pero, era muy agresivo con el estómago, llegando a desencadenar úlceras gástricas. De manera que, en 1853, un químico alemán combinó cloruro de acetilo con salicilato de sodio (la sal extraída del sauce) para producir ácido acetilsalicílico, un derivado con todas las propiedades del original, pero más amable con nuestro cuerpo. Esa es la famosa aspirina.
El asunto es por qué un árbol como el sauce tiene aspirina ¿acaso le duele la cabeza? ¿O es que no ha entendido que la química es mala? En realidad, el ácido salicílico está presente en todas las plantas. Es una muy importante molécula señal que funciona en muchos procesos como el crecimiento, la floración, y de manera muy importante, en la defensa contra enfermedades (sí, las plantas también se enferman…).
Entre otras funciones de defensa, se encuentra la de suprimir la producción de antibióticos (fitoalexinas), lejos de los sitios de infección, porque estos compuestos son muy tóxicos para la planta misma. Para hacerlo, bloquea la producción de otra señal química que regula la producción de antibióticos, el ácido jasmónico (se encontró por vez primera en el jazmín). Si esta nueva señal se bloquea, las células blanco, lejos del sitio de la infección, no producen fitoalexinas y no se intoxican. Las células próximas al sitio de contacto con el patógeno se mueren, acumulan fitoalexinas y crean una barrera contra el avance del atacante.
Si nosotros comparamos la ruta de síntesis de ácido jasmónico a partir de un lípido de membrana, el ácido linolénico, esta ruta es idéntica a la que en humanos lleva a la producción de prostaglandinas a partir de ácido araquidónico. Las prostaglandinas son responsables de un grupo de reacciones de defensa de nuestro cuerpo contra las enfermedades, desencadenando fiebre, inflamación y dolor y el ácido salicílico bloquea su producción, disminuyendo los efectos de la respuesta de defensa. Es decir, hace exactamente lo mismo en plantas que en animales.
Así que nos lo tomemos “natural” o “químico”, el proceso es idéntico, con una gran diferencia a favor de la aspirina química. El principio activo está puro, podemos controlar su concentración y dosis y es menos agresivo. Y cuando digo puro, me refiero a que el “natural” viene acompañado de decenas de sustancias, muchas de ellas muy tóxicas.
¿Es alérgico al acetilsalicílico?, no se preocupe, los químicos malditos sintetizaron en los años 50 del siglo pasado dos compuestos aún más eficientes y benignos: el ibuprofeno y el paracetamol que estos días están ayudando a los pacientes de Covid-19 y descubrieron que el ácido acetilsalicílico tomado en pequeñas dosis, puede prevenir un infarto…
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