“No hemos entendido, como docentes, que los estudiantes no sólo “deben saber” o desarrollar las habilidades técnicas, sino desarrollar la capacidad de cómo hacerlo allá donde van a laborar y allí los elementos socioemocionales que enlistamos pueden ser más determinantes.”
Horacio Cano Camacho
Todos estaremos de acuerdo que de un médico esperamos un conocimiento muy amplio de anatomía, fisiología, endocrinología, etc. También esperamos que tenga la experiencia para identificar señales de algún desarreglo para plantear una posible explicación de lo que está sucediendo, ordenar los análisis necesarios para confirmar o rechazar sus hipótesis y desde luego, conocimiento para interpretar tales indicadores y prescribir un tratamiento o las acciones requeridas para enfrentar el padecimiento. Claro, un médico pasa años de su vida aprendiendo y desarrollando estas capacidades y luego actualizándose de manera permanente. Lo mismo podemos decir de cualquier otra actividad profesional…
Si este tipo de capacidades y habilidades se cumplen, decimos que estamos ante un buen médico, ingeniero, arquitecto… en su formación profesional dedicamos todo el esfuerzo y el tiempo, los recursos materiales, las prácticas, los espacios físicos, para que esto sea así, pero no es suficiente con el desarrollo de estas características, que llamaremos “duras” o técnicas y que por supuesto, son imprescindibles.
Frente a mi oficina, en el jardín, hay dos quioscos donde en ocasiones salimos a tomar el desayuno. Durante un tiempo hemos coincidido con un grupo de estudiantes que se sientan allí a jugar con tableros y fichas una suerte de juego de roles, con personajes, situaciones, escenarios. Se concentran tanto en el juego, que pueden pasar un buen rato, se emocionan, ríen y retan a sus compañeros.
Alguien se quejó, porque a su parecer los y las estudiantes “pierden” el tiempo que deberían dedicar a sus clases y estudio. Yo no coincido con esta apreciación. Me he dedicado a observarlos discretamente y me pude enterar que son estudiantes de diferentes carreras que coinciden en su afición. También he observado cierto liderazgo en algunos de ellos, que son los que organizan y reparten tareas, establecen reglas y explican las metas de ese día.
A lo largo del tiempo he escuchado que algunos dan -fuera del juego-, explicaciones de conceptos de matemáticas, astronomía, incluso de historia a los demás y estos prestan atención y preguntan o comentan sus propias experiencias. He visto como muchos dejan el juego porque tienen clase o tareas y otros informan que no asistirán al día siguiente porque deben realizar trabajos que les ocuparan su tiempo y sugieren a otros jugadores potenciales para no desequilibrar la partida. En realidad, en esta actividad hay un proceso de aprendizaje, pero de otras habilidades indispensables en su formación profesional y no, no son sus materias o habilidades profesionales.
Lo que estos jóvenes están desarrollando son las llamadas habilidades blandas o socioemocionales y es indispensable que les pongamos la máxima atención. Estas habilidades involucran rasgos de personalidad y cualidades que adquirimos en los núcleos de aprendizaje y en la vida cotidiana. Estas incluyen habilidades de comunicación, capacidad de escucha, planificación, gestión del tiempo, negociación, capacidad de argumentación, toma de decisiones, empatía, trabajo colaborativo, flexibilidad, seguimientos de reglas, normas auto asumidas, motivación, resolución de conflictos, flexibilidad, entusiasmo por emprender una tarea, creatividad, adaptabilidad, entre otras.
Si bien algunas de estas habilidades se estimulan en las clases, hay otras formas más lúdicas y poderosas de desarrollarlas. Aquí cobra mucha importancia el diseño de los espacios escolares (como estos quioscos, cafeterías, espacios abiertos, plazas) y las actividades culturales y deportivas a las que desafortunadamente se les presta poca o nula atención.
Nuestras escuelas están diseñadas para tener aulas y talleres o laboratorios únicamente, porque consideramos que la formación profesional requiere exclusivamente las habilidades técnicas. La universidad o la escuela la concebimos como el edificio y no como el núcleo de aprendizaje integral que debería ser.
Si bien las habilidades técnicas son muy importantes, las habilidades blandas no están a la zaga. Incluso pueden tener mayor relevancia en el mundo laboral, el desarrollo personal y la capacidad de “éxito” en el trabajo. No hemos entendido, como docentes, que los estudiantes no sólo “deben saber” o desarrollar las habilidades técnicas, sino desarrollar la capacidad de cómo hacerlo allá donde van a laborar y allí los elementos socioemocionales que enlistamos pueden ser más determinantes.
Doy un curso en el primer semestre de Medicina Veterinaria y mis estudiantes llegan con grandes deficiencias socioemocionales, porque nadie las atendió en su formación previa. No saben trabajar en equipo, a las dos semanas ya están peleados, su compromiso con el estudio es muy pobre, tiene nexos de solidaridad muy bajos, su tolerancia también pende de un hilo, no conocen a sus compañeros y no se interesan por los demás y su liderazgo es muy débil, si existe. Aquí cobra mucha importancia dedicar momentos para jugar, charlar, compartir, contar historias, pero nos enfrentamos a la carencia de espacios óptimos, diseñados para ello y la falta de comprensión de mis colegas que solo exigen “saber”.
En Ciudad Universitaria, los chicos de Arquitectura instalaron unos columpios y otros juegos diseñados por ellos que fueron todo un éxito y concentraban a jóvenes de distintas carreras que se encontraron y conocieron allí. Estaban aprendiendo a comunicarse y encontrar afinidades.
Alguna autoridad los retiró porque la “universidad no era espacio para jugar”…
|