“¿Olemos a enfermo? Ahora sabemos que muchas enfermedades modifican nuestro olor y eso lo podemos intuir cuando percibimos que una persona con la que convivimos cotidianamente presenta modificaciones sutiles en su aroma. Este es un fenómeno que no podemos explicar, pero que intuimos”.

 

Horacio Cano Camacho

Conocí a un compañero de trabajo que, en algún momento de su vida, decidió que era antinatural enmascarar o peor aún, tratar de eliminar los olores corporales, de manera que, sin bien se aseaba diario, nunca usaba desodorantes, lociones, o perfumes, de manera que, a las pocas horas de llegar al trabajo, ya tenía un halo de inhibición que mantenía fuera a mujeres y hombres por igual y era sujeto de la mayor viboreada en los pasillos y el apodo que da título a esta colaboración.

El paladín de lo “natural” sostenía que seguimos siendo animales, aunque nos esmeremos en negarlo y que los olores corporales son una forma de comunicación química con el entorno que nos advierten de la proximidad de una pareja, un pariente, incluso un competidor.

Soy biólogo y comprendía sus “argumentos”, aunque en el fondo creo que un buen ejemplo civilizatorio fue el refinamiento de las medidas de higiene, entre las que se encuentran bajarle un poco la intensidad de ciertos olores, por el bien de la comunidad. Los olores corporales son un sello de identidad individual, pero también responden a otros factores, como el estado de salud, el microbioma, los microbios oportunistas que nos pueden invadir, incluso lo que comemos, una desvelada y por supuesto, la bebida.

¿Olemos a enfermo? Ahora sabemos que muchas enfermedades modifican nuestro olor y eso lo podemos intuir cuando percibimos que una persona con la que convivimos cotidianamente presenta modificaciones sutiles en su aroma. Este es un fenómeno que no podemos explicar, pero que intuimos.

Hay algunos experimentos clásicos donde se administraron lipopolisacáridos a sujetos sanos para simular una infección. Estas moléculas son extraídas de bacterias patógenas que al entrar en nuestro cuerpo desatan una fuerte respuesta inmune. La ropa de los sujetos tratados (camisas muy ajustadas) fue congelada en nitrógeno líquido para detener cualquier proceso químico que alterara las moléculas que exhalaron los sujetos de prueba y luego sometida a “catadores” de aromas entrenados y se le comparó con los olores de la ropa proveniente de sujetos sanos, no sometidos a los lipopolisacáridos. La respuesta fue muy clara, todos los catadores fueron capaces de identificar la ropa proveniente de los sujetos “enfermos” y todos describieron olores desagradables, indetectables en los individuos sanos.

Estos mismos experimentos se replicaron con parejas sanas y muy bien avenidas y se encontró que las parejas son capaces de identificar con una alta probabilidad las prendas que usaron sus pares enamorados(as).

Todo indica que los cambios metabólicos operados en el organismo son una respuesta a la condición de salud (respuesta inmune) o a modificaciones en la secreción de moléculas que funcionan como medio de comunicación química para atraer pareja. Este mecanismo pudo constituir una ventaja evolutiva para evitar contagios o para ser atractivos y aparearse. En ambos casos, no fue una respuesta consciente o desarrollada para tal fin, sino que se dio de forma natural, espontánea y al azar, pero fue seleccionada por las ventajas que generaba.

Otra cuestión fundamental del olor corporal humano es su papel en el sentimiento de apego. El cuidado parental, las relaciones sociales, la formación de parejas, entre otros, está fuertemente influida por los “olores”. Lo entrecomillo porque las moléculas involucradas no necesariamente “huelen”, sino que son percibidas por nuestros órganos olfatorios (de manera no consciente) y desencadenan en el cerebro la evocación de la memoria olfativa y la secreción de neurotransmisores como la oxitocina, la vasopresina, la dopamina y la serotonina, involucradas en la formación de vínculos afectivos y sensaciones placenteras al estar con otra u otras personas…

Sabemos que la proximidad de la madre desencadena en el bebé la secreción de estas sustancias, pero la respuesta es mutua. Incluso en el padre genera cambios neuronales profundos que desencadenan la “necesidad” del cuidado de la cría. Los recién nacidos tienen una percepción del mundo muy limitada por el escaso desarrollo de sus sentidos y la falta de conocimiento del mundo, obviamente, el recién nacido aprende a partir de las experiencias de los padres, de manera que son estos los responsables totales de garantizar que salga adelante. De manera que lo “único que sabe” el recién nacido, es reconocer a sus progenitores y un poco más adelante al grupo del que forma parte, y ya lo adivinó, este reconocimiento es a través de los olores, que son las únicas señales sensoriales que puede percibir al inicio, de allí que puede identificar a la madre (en su ausencia) a través de una cobija, una almohada u otra prenda que se haya impregnado de los olores de la madre, y al igual que con esta, generan cambios muy profundos en sus conexiones neuronales.

Sabemos también que los adolescentes tienen una actitud de competencia fuerte con los recién nacidos, curiosamente, la primera relación sexual (mediada aparentemente por “olores”), desencadena reconfiguraciones neuronales que llevan a estos a desarrollar actitudes de cuidados paternos.

En fin, lo que Harry, el sucio no entendía y yo no me atreví a explicarle, es que tal vez esa percepción inconsciente de moléculas de empatía podría quedar enmascarada con sus otros olores nada agradables, producidos por bacterias que procesaban esos aromas y nos devolvían unos repulsivos. Hay que estudiar más el tema, tal vez se puedan entender mejor esas moléculas volátiles con la finalidad de controlarlas de manera más eficaz. Por ahora sabemos qué tienen en común el cuerpo humano y los chivos, para entender eso que con tanto ahínco queremos suprimir…


Originario de un pueblo del Bajío michoacano, toda mi formación profesional, desde la primaria hasta el doctorado la he realizado gracias a la educación pública. No hice kínder, por que en mi pueblo no existía. Ahora soy Profesor-Investigador de la Universidad Michoacana desde hace mucho, en el área de biotecnología y biología molecular… Además de esa labor, por la que me pagan, me interesa mucho la divulgación de la ciencia o como algunos le dicen, la comunicación pública de la ciencia. Soy el jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia en la misma universidad y editor de la revista Saber Más y dedico buena parte de mi tiempo a ese esfuerzo.