“Además de económicas, efectivas y exitosas, las vacunas apelan a la solidaridad, esa palabra tan olvidada pero aun hermosa. Para proteger a los demás, debo protegerme yo, para protegerme a mí, deben protegerse los demás. Así de fácil…”

 

Horacio Cano Camacho

Hoy me levanté temprano dispuesto a escribir mi artículo para Cienciario. Lo pensé toda la semana y había decidido hacerlo sobre un tema ligero, incluso con un tono festivo, optimista.

Estaba a punto de iniciar cuando me llega la llamada para comunicarme la muerte de un gran amigo, por Covid… Con él iniciamos, siendo estudiantes, en el mundo de la investigación. Nosotros, Guadalupe y yo le ayudábamos en su tesis, preparando los cultivos hidropónicos en que cultivaría sus plantas para experimentación, éramos, nos decía con gran humor, los areneros. Y así de areneros seguimos luego con la tesis, al posgrado y finalmente, en el trabajo como investigadores…

Yo tenía semanas harto de ver el comportamiento de mis vecinos, sus fiestas, su irresponsabilidad, incluso los comentarios en redes negando la pandemia o creando sospechas y temor sobre las vacunas o saboteando el trabajo de las autoridades con sus comentarios y deseaba alejarme un poco de este tema por salud propia. Pero es claro que algo muy grave está pasando. Hemos incubado un monstruo terrible en el seno de la sociedad: el monstruo de la ignorancia mezclado con un individualismo y un egoísmo muy acentuado. No hemos entendido que es la empatía, la colaboración, la colectividad, lo que nos hace humanos…

Así que dejo mi propósito optimista a un lado y escribiré nuevamente de vacunas. No hay espacio en esta columna para discutir su funcionamiento (eso probablemente lo haga en un siguiente artículo si alguien se interesa), pero debemos dejarlo muy claro y quiero que me ayuden para hacerlo sonar: Las vacunas son, y está más que demostrado, el mejor recurso para luchar contra las enfermedades infecciosas. Es el más exitoso y el más económico.

Gracias a las vacunas no veremos más una terrible enfermedad y muerte como la viruela que arrasó con la mitad de Europa y diezmó a las poblaciones originarias de América, convirtiéndose en el verdadero y siniestro conquistador de estas tierras (junto a otras infecciones importadas). Ya no veremos a personas morir en la más absoluta maldad de la rabia y difícilmente veremos las secuelas en los niños que están naciendo ahora, de la poliomielitis, la rubeola, la tosferina, las formas graves de sarampión, entre muchas otras enfermedades que todavía en mi infancia me tocaron y eran muy comunes.

De resultar -como todo apunta- exitosas estas novedosas vacunas de ARN, en breve podremos avanzar contra otras enfermedades recalcitrantes, como el SIDA, el Zika, la malaria (la enfermedad que más mata en el mundo), el Ébola, incluso varias formas de cáncer. El camino no estará exento de fracasos, de errores, como no lo ha estado hasta ahora, aun cuando nos resulte muy fácil ignorarlo o negarlo.

Por si fuera poco, una vacuna no es un medicamento, no cura. Lo que hace es apelar a los verdaderos mecanismos naturales de defensa contra las enfermedades y activarlos y enseñarlos.

Todos los seres vivos estamos expuestos, en cada momento de nuestra vida, al asalto de organismos potencialmente patogénicos y, sin embargo, la enfermedad es más la excepción que la regla gracias a un muy eficiente sistema de protección que mantiene a raya a los atacantes: el sistema inmune.

De vez en cuando llegan a nuestro organismo patógenos nuevos, desconocidos para nuestro sistema. Esa también es una constante y lo seguirá siendo por siempre. Ellos también cambian y mejoran para sus propios propósitos. A nuestro organismo le costará reconocerlos, aprender de ellos y combatirlos. Ese es el propósito de las vacunas. Descartar lo superfluo y mostrarle al sistema inmune solo aquello que debe “mirar”.

Un patógeno es una estructura compleja y el sistema inmune ensaya múltiples estrategias contra él, digamos que “busca” sus debilidades. Muchas fallan, no eran el blanco adecuado y si el patógeno es altamente agresivo, a nuestro cuerpo no le alcanzará el tiempo y los recursos para seguir ensayando…

Allí la vacuna dirige los esfuerzos a donde se debe, a la característica clave que hay que destruir o bloquear y así ganamos tiempo, pero además esa enseñanza perdura, a veces para siempre, a veces debe actualizarse contra esos cambios del atacante. Sin duda es el mejor recurso que tenemos contra esas terribles enfermedades y con ayuda del conocimiento científico y la tecnología, cada vez somos más eficientes para enseñar a nuestro cuerpo.

Además de económicas, efectivas y exitosas, las vacunas apelan a la solidaridad, esa palabra tan olvidada pero aun hermosa. Para proteger a los demás, debo protegerme yo, para protegerme a mi, deben protegerse los demás. Así de fácil… Los antivacunas no entienden que si ellos o sus hijos han sobrevivido no es por que dejaron de vacunarse. Es precisamente por que los demás, los que los rodeamos, estamos vacunados. Pero también es bueno que entiendan que, si el patógeno cambia a una forma más agresiva, desconocida para nuestro sistema inmune, fue en ellos donde se incubó, como está sucediendo ya con las variantes (“mutantes”) del SARS-CoV 2 en circulación o hasta con el sarampión. También es bueno que sepamos que entre más gente se contagie, más cambiará el virus y probablemente más agresivo se volverá.

¿Algunas vacunas pueden generar reacciones adversas en los vacunados? Si, como cualquier sustancia que entra en nuestro cuerpo, incluyendo un alimento, una aspirina, un té, o el polvo mismo, nuestro cuerpo puede reaccionar sobredimensionando la respuesta y llevarnos a situaciones desde molestas hasta muy graves. Por fortuna, son casos raros, pero que se señalan en primera plana por los vendedores del miedo.

Les puedo asegurar que muere más gente en el mundo por comer camarones, cacahuates o tomarse un remedio de yerbas que por una vacuna. En un mundo de más de siete mil millones de personas podemos encontrar miles que son alérgicos. Por eso las vacunas (y más estas nuevas de emergencia) deben ser aplicadas en centros médicos y por personal especializado y no venderse aun en farmacias o supermercados o dejárselas a candidatos a jefes de manzana, ¿comprende?

Muchos, como mi amigo Rodolfo, mi amiga Lupe, el Pony, mi Tío y tantos otros no alcanzaron este prodigio de la ciencia, por ellos y por los miles y miles que ahora luchan por su vida y el personal de salud que les ayuda, debemos cuidarnos y cuando esté lista la vacuna para nuestro grupo, asistir con toda responsabilidad y amor por los demás a ponérnosla. Hagamos a un lado el individualismo criminal, aunque lo veamos como un sacrificio y rindamos un homenaje -al vacunarnos- a quienes no alcanzaron. Este no es el momento para dirimir cuestiones ideológicas, visiones económicas y odio por los demás, de los que nosotros, no lo olvidemos, somos también los demás…


Originario de un pueblo del Bajío michoacano, toda mi formación profesional, desde la primaria hasta el doctorado la he realizado gracias a la educación pública. No hice kínder, por que en mi pueblo no existía. Ahora soy Profesor-Investigador de la Universidad Michoacana desde hace mucho, en el área de biotecnología y biología molecular… Además de esa labor, por la que me pagan, me interesa mucho la divulgación de la ciencia o como algunos le dicen, la comunicación pública de la ciencia. Soy el jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia en la misma universidad y editor de la revista Saber Más y dedico buena parte de mi tiempo a ese esfuerzo.