“Que en un delfín, un avestruz o una tortuga no podamos ver gestos de tristeza, no significa que estén felices”, es la idea central de este texto publicado en octubre del 2015 en Cienciario, una reflexión en la que el autor nos llama a voltear a ver a los animales silvestres y las condiciones no siempre adecuadas en las que los confinamos.
David Tafolla Venegas
Las personas suelen, en algún momento de su vida o toda su vida, adoptar algún animal de compañía. Típicamente algún perro, gato o ave, son los preferidos por distintos motivos; uno muy importante es que sabemos cómo mantenerlos en buenas condiciones debido al largo tiempo, miles de años, que hemos pasado juntos (la humanidad y esas especies), tan así que hay ciencias especializadas en cuestiones diversas que les atañen; incluso los animales que no son de compañía, sino de producción, también se les puede tener en buenas condiciones y brindarles una vida lo más dignamente posible.
Sin embargo, de la gran mayoría de animales restantes, denominados silvestres, prácticamente no sabemos mucho sobre ellos, los estudios formales en torno a sus vidas no van más allá de los 200 años atrás.
Lo comento porque es corriente saber noticias sobre maltrato animal en diversos zoológicos, zoocriadores, refugios y otros centros similares. En variados casos el maltrato no es deliberado, se acompaña del vacío de conocimientos y poco sentido común de los “cuidadores”; por otro lado, hay numerosos ejemplos de centros de animales que han devenido en verdaderos institutos de investigaciones sobre fauna y aportan de manera sustancial al conocimiento en torno a la conservación de vida silvestre, que a la vez son apoyos para otros centros que se encuentran en estados emergentes cuando su compromiso al trabajo es real.
Se deben diferenciar dos situaciones, los centros de espectáculos que poseen animales para exhibición donde el compromiso científico es nulo, y los centros de animales que fingen ser entidades de investigación pero al final son, también, centros de espectáculos bajo el epíteto de Zoológico Fulanito.
¿Qué es lo grave? Tres cosas: la primera es el maltrato físico deliberado, los golpes en sí, comunes en los centros de espectáculos al tratar de “adiestrar” a los animales para el show y por omisión, frecuentes en los dizque zoológicos y acuarios, pretendiendo brindarles una calidad de vida aceptable, pero no son adecuados los alimentos, espacios, tratamientos, confinamientos, etcétera. La segunda es el estrés fisiológico que la lista anterior les causa, y que deriva en malestares crónicos y la eventual muerte, y la tercera es que se siguen trayendo más animales al encarcelamiento.
El lapso de confinamiento de los animales, que suelen ser de tallas grandes y mamíferos en su mayoría, hago énfasis en los mamíferos no por despreciar a otros grupos, sino que al ser mamíferos el sistema nervioso central es más semejante al humano, sus cualidades cognitivas también son complejas, por lo tanto también son susceptibles a la depresión, tristeza, demencia a causa del encarcelamiento, no estrictamente iguales a los padecimientos humanos, pues dados sus propios procesos de integración neuronal, tienen sus particularidades pero nos damos una idea.
Entre más complejo un animal tenga su cerebro, más padecimientos neuronales sufren al estar en cautiverio. Dos aclaraciones, la talla del animal no es proporcional a la complejidad de su sistema nervioso central; los roedores, por ejemplo, tienen un cerebro complejo, y una anaconda, que es inmensamente más grande, no tanto en términos morfoanatómicos y, por su lado, un reptil, no quiere decir que no sufra trastornos neuronales al estar en malas condiciones de cautiverio, los padece pero de forma diferente.
Que en un delfín, un avestruz o una tortuga no podamos ver gestos de tristeza, no significa que estén felices. El pasado 4 de octubre se celebró el Día Mundial de los Animales, como un evidente llamado a que sepamos diferenciar entre los centros de animales que verdaderamente aportan a la ciencia de la zoología -que gracias a ellos se ha logrado el mantenimiento de especies en peligro de extinción, incluso la reintroducción exitosa a sus medios naturales-, de aquellos que laceran la vida silvestre y denigran a la humanidad como especie.
Los animales no sonríen, pero sí alegran.
Fotografía: Pixabay.
|