“Impulsores de la infodemia o información falsa, lejos de los especialistas y bien cercanas al amarillismo y el escándalo, el efecto de estos medios y de las denominadas redes sociales ha sido el alejamiento de un sector de lectores y espectadores…”
Raúl López Téllez
Notas que hablan de que si por contraer el coronavirus se perderá la virilidad -como si fuera el mayor de los males- o si la vacuna modificará tu ADN; otras que señalan una “misteriosa enfermedad” que “te hará vomitar sangre”, presuntas alertas de variantes del virus que podrían “barrer al mundo”, cuestionantes de “¿cuándo volverá nuestra vida a la normalidad?”, aludir a mutaciones de cepas del SARS-CoV2 como una “amenaza para las vacunas” o hasta una versión de una enfermera rusa que “atiende en ropa interior a pacientes de covid-19”, son parte del clima apocalíptico que cada día dibujan las versiones “informativas” en la prensa del miedo.
El recuento de daños por la pandemia a un año de su establecimiento en nuestro país, sin duda no puede dejar de lado la actuación de los medios de comunicación “tradicionales”, que aún mantienen una influencia desde sus formatos impresos o electrónicos (diarios y televisión) en una audiencia determinada, sin desconocer que las redes sociales determinan hoy la influencia más poderosa sobre la misma y dan mayor cabida a la especulación por tantos “todólogos” al instante.
Impulsores de la infodemia o información falsa, lejos de los especialistas y bien cercanas al amarillismo y el escándalo, el efecto de estos medios y de las denominadas redes sociales ha sido el alejamiento de un sector de lectores y espectadores, aunque las alternativas son pocas al no contar con medios de información alternativos y masivos que al menos en el campo de la ciencia, aun son escasos, desconocidos y con poca influencia dentro de los sectores sociales.
A este fenómeno habría que sumar el hecho de la politización que en México se ha dado por la actuación de un gobierno federal poco dado a la ciencia y sí a las creencias, de fácil arraigo entre sus seguidores y que le cobran la factura a los medios al ligarlos con un pasado de corrupción y dependencia económica -que por cierto no se ha ido-, a través de los convenios que mantiene el Estado con los dueños y directivos de los medios, no necesariamente con los periodistas y que sin embargo son incluidos en el mismo paquete de la llamada “prensa chayotera”, lo que genera un clima de hostilidad hacia comunicadores en un país donde se considera de alto riesgo el ejercicio del periodismo por el número de muertos, desaparecidos y amenazados que ha cobrado.
Ciertamente la aparición del coronavirus atrajo la atención de un segmento poblacional hacia la llamada prensa especializada o de divulgación científica, aquel identificado como la “clase ilustrada”, que tiene mayores niveles académicos y de ingresos, con acceso a diversas fuentes de información y cuenta con un criterio mayor para elegir lo que lee, ve o escucha.
En México se carece de un censo que establezca la presencia real de una prensa o especialistas en ciencia, más allá de que esta presencia no se percibe o no ha sabido influir en las dinámicas de los medios con más alcance para tenerla, donde de entrada apenas si paga a los colaboradores, y esto en caso de que exista una remuneración.
Lo real es que la pandemia puso de manifiesto la falta de ética en la información -que no es de ahora, sino que arrastramos de hace tiempo-, la carencia de periodistas especializados o capacitados específicamente sobre la cobertura de la pandemia y sobre todo la carencia de normas internas que autorregulen en los medios la objetividad y veracidad informativas. De ahí derivarían criterios, supongo, de ponderar notas que destacan más las secuelas por la vacunación, que el hecho mismo de la acción preventiva en marcha, lo que alimenta a las huestes antivacunas o los “ideologizados” que más allá de poner en duda el alcance del coronavirus, ven a la enfermedad como el botín de insaciables empresarios.
En medio de este escenario donde fuentes y actores oficiales son también un terreno pantanoso, al ser generadoras de desinformación o confusión, son pocos los medios que han orientado a sus audiencias con notas acerca de sus fuentes informativas o bien las precauciones que deben adoptar ante determinada información respecto a su credibilidad, como es el caso de etcétera.com.mx o en algunos casos El Financiero, aunque prevalece la tendencia mayoritaria a destacar la numeralia de la tragedia que vivimos, esa que a diario y por las tardes reporta casos alcanzados de contagios o de fallecidos, no obstante que en algunos de estos medios existen secciones de ciencia o escriben investigadores, aunque el tema de coronavirus ha generado también apartados especiales para abordar la pandemia y donde entran notas de chile, de sal y de manteca.
Si no se da una conciencia de los dueños de los medios, principalmente -sin que ello excluya obviamente la responsabilidad que debe asumir el reportero-, ya que son quienes ponderan más el escándalo como “atracción” en las portadas; si no se genera un interés de los especialistas, a quienes les ha faltado también claridad y humildad en ir a buscar la montaña en lugar de seguir esperando lo contrario; si no se impulsa desde la educación básica la fortaleza de valores como la credibilidad y la verdad en lo que decimos y nos dicen como base de las relaciones sociales -y no el espejo a modo que plantean a nuestro ego las llamadas redes-, sin duda que el costo de esta pandemia será mayor al inducir actitudes contrarias a las adecuadas para prevenir, curar y soportar un brote que llevará mucho más tiempo.
Algunas notas para ilustrar el tema:
https://de10.com.mx/vivir-bien/los-danos-que-podrian-tener-los-asintomaticos-de-covid-19
https://de10.com.mx/vivir-bien/hombre-de-62-anos-tuvo-una-ereccion-de-4-horas-por-coronavirus
Fotografía: Bartek Zielnik | Unsplash.
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