Los cuadros de Van Gogh y Monet que fueron blanco de las recientes protestas por el clima resultaron ilesos. Pero el debate sobre las tácticas de los activistas es intenso. ¿Hasta dónde es excesivo en la lucha contra el cambio climático? ¿Cuántos Van Goghs vale una Tierra? ¿Fueron las acciones de los activistas imprudentes y contraproducentes? ¿Estaban justificadas ante la emergencia climática?  Cuando se lanza sopa y puré de patatas, ¿puede ganar la Tierra?

 

Leonor Solís

«¿Qué vale más, el arte o la vida, la Tierra?” Esta pregunta -y lo que normalmente sería una respuesta obvia- se complicó mucho el 14 de octubre cuando dos manifestantes del grupo de activismo climático Just Stop Oil arrojaron sopa de tomate sobre “Los girasoles» de Vincent van Gogh en la National Gallery de Londres.

A este acto le siguieron el puré de papa a un cuadro de Monet ; un pastel a la figura de cera del Rey Carlos de Inglaterra; miembros de un grupo climático italiano conocido como Ultima Generazione, se pegaron a un cuadro de Sandro Botticelli en el museo Uffizi de Florencia; también se han llevado a cabo acciones similares en Australia. Todos los activistas están apuntando a obras de arte famosas con comida, para impulsar la acción sobre el cambio climático

Regresemos a “Los girasoles” de Van Gogh. El movimiento activista Just Stop Oil llegó a los titulares internacionales por este incidente, y la avalancha de publicidad hizo que el grupo recibiera más atención que nunca. Sin embargo, gran parte de la atención de los medios de comunicación y del público fue negativa, y muchos cuestionaron la eficacia de la protesta y criticaron a los manifestantes por perjudicar su propia causa. Al poner en peligro una de las obras de arte más queridas del mundo, el grupo había oscurecido y eclipsado su verdadero mensaje.

Meses antes, en julio, otros dos manifestantes, que tuvieron menos eco mediático,  se pegaron a «El carro de heno» de John Constable, también en la National Gallery de Londres, tras pegar su propia visión «apocalíptica» del futuro sobre la superficie del cuadro. Un artículo de Kelsey Ables del Washington Post, narra la forma en que los activistas Eben Lazarus y Hannah Hunt se presentaron en julio en la National Gallery de Londres, armados con pegamento y camisetas ocultas de Just Stop Oil, evidentemente no fueron a ver arte.

Sin embargo, cinco minutos antes de pegarse al marco de «El carro de heno» de John Constable y pedir al gobierno británico que detenga las nuevas licencias de petróleo y gas, los activistas se detuvieron frente a «El retrete de Venus» de Diego Velázquez. Ables señala que “no fueron las suaves pinceladas de Velázquez las que les atrajeron, sino una historia más atrevida que habían oído sobre la obra del siglo XVII. En 1914, la sufragista canadiense Mary Richardson atacó el cuadro con un hacha, acuchillando la espalda y las caderas de la figura, para protestar por la detención de una compañera activista y condenar las imágenes misóginas de la obra. El acto de Richardson inspiró a tantos imitadores que algunos museos británicos prohibieron temporalmente la visita de mujeres.”

Fue ese acto el que llevó a Lazarus a sentirse conectada y envuelta en una historia mayor, la historia de la desobediencia civil, una conexión surrealista con quienes nos han precedido y quienes han luchado por distintos derechos básicos que ahora damos por sentados. Tras ese momento en la obra de Velázquez, los activistas continuaron con su cometido. Lazarus y Hunt cubrieron «The Hay Wain» con un cartel que mostraba una visión caótica y apocalíptica de la campiña inglesa y se pegaron al marco de la obra original. Arrodillado en el suelo de la galería, Lazarus gritó: «Cuando no hay comida, ¿de qué sirve el arte? Cuando no hay agua, ¿de qué sirve el arte?».

Ese día, la pareja pasó a engrosar los notables anales de un movimiento de protesta idiosincrásico que parece más bien una pieza de performance inspirada en el movimiento artístico dadaísta. En los últimos meses, activistas de todo el mundo se han adherido a los marcos y cubiertas de cristal de obras de arte -un Picasso en Australia; un Botticelli en Italia; un Rafael en Alemania- y han exigido a sus gobiernos que dejen de apoyar a la industria de los combustibles fósiles.

A principios de octubre, los activistas de Just Stop Oil arrojaron sopa a «Los girasoles» de Vincent van Gogh en la National Gallery antes de pegarse a la pared bajo la obra. Y el jueves, los activistas climáticos atacaron la obra «La joven de la perla» de Johannes Vermeer en un museo de La Haya, con un hombre que pegó su cabeza a la cubierta de cristal y otro que pegó su mano a una zona justo fuera del marco. Una táctica tomada de las protestas callejeras, el pegamento aumenta el tiempo que tienen los manifestantes para transmitir su mensaje desde lo que, en un instante, puede convertirse en un escenario internacional.

Estos subversivos del pegamento, con conocimiento de que no afectarían las grandes obras que son patrimonio mundial, han sido ridiculizados como filisteos que buscan publicidad y aclamados como mártires de una causa vital. Pero se pierde en el ruido la realidad de que estos actos forman parte de una larga historia de protesta en los museos. Este activismo ha alcanzado un punto álgido en los últimos años, en un momento en el que los museos se han convertido en la zona cero para reescribir las narrativas del pasado, no debería sorprender que los activistas del clima también se hayan dirigido a ellos con la esperanza de reescribir el futuro.


Mi pasión personal y profesional es la comunicación ambiental, en específico la comunicación audiovisual ambiental. Trabajo realizando esa labor en el Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad de la UNAM. Soy miembro de la mesa directiva de la Asociación Internacional de Comunicación Ambiental y miembro fundador de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia. Me gustan muchas cosas muy disímiles, pero más me gusta la idea de compartir, compartir curiosidad, aficiones, gustos. Compartir y construir juntos. Por eso me dedico a compartir lo que me encanta y me parece importante. Encontrar otros que comparten lo mismo, hacen y no se dan por vencidos, es el regalo.  Espero nos encontremos en este camino.