La prisa en el ánimo por participar y aportar, son dinámicas que no escapan de la comunidad científica. El inusitado interés por el tema, que se refleja en los más de 34 mil artículos científicos publicados hasta la semana anterior, no deberá poner en duda su presunto rigor científico.


Horacio Cano Camacho


“No se puede abordar el mal sin conocerlo”

Albert Camus (La Peste)

El Covid-19 está con nosotros y todo apunta a que será por largo tiempo. Esta enfermedad llegó en un momento particular de la ciencia. Contamos con la tecnología y el conocimiento suficiente para identificar el agente causal, aislarlo, obtener su huella genética (secuencia), crear sistemas de diagnóstico precisos y confiables e identificar las formas de transmisión y hasta su probable origen… todo en unos tres meses. Todo un logro.

Sabemos mucho, pero no es suficiente, es una enfermedad nueva de la que seguimos ignorando mucho. De manera que la ciencia se ha volcado sobre el SARSCoV2 en todos los aspectos posibles. La meta es contar en el menor tiempo posible con vacunas y/o medicamentos para detenerla o controlarla.

Y vaya que la ciencia se ha comprometido con esta tarea titánica. Al momento de escribir esta nota, se han podido identificar más de 34,000 artículos científicos publicados sobre diferentes aspectos de la enfermedad del Covid-19, ¡en apenas cuatro meses! Esto es una cantidad impresionante. Para darles un punto de comparación, sobre el VIH se han publicado desde 1982, año en que se descubrió su asociación con el SIDA, alrededor de 153,449 artículos científicos; del Ébola se han publicado 6,167 a partir de 1977 en que se reportó por vez primera. De la malaria, la enfermedad que más personas mata en el mundo, se han publicado 96,681 a partir de su descubrimiento en 1881 y de la amibiasis, desde 1906 se han publicado apenas 14,049 artículos hasta este año.

Claramente hay un sesgo en la atención demostrada por los científicos respecto a las enfermedades de su interés y aquellas que afectan a los paises pobres (ébola, malaria y amibiasis), pero la atención en SARS-CoV2 está más que justificada.

El asunto es que siendo el artículo científico el principal instrumento de comunicación de la ciencia, este requiere mucha atención. Para comunicar los resultados de una investigación y ponerlos a disposición de la comunidad para su análisis, un grupo científico somete sus resultados en forma de un artículo, a una revista científica que mediante pares, lo revisará criticamente, destacando no solo su interés y aporte, sino la calidad de sus preguntas, hipótesis y estategias metodológicas abordadas, revisará su interpretación y objetividad y eventualmente lo rechazará o hará las observaciones necesarias a fin de corregir y mejorar la investigación y recomendará su publicación. En términos muy generales, el proceso de someter un artículo y que este sea aceptado para su publicación lleva alrededor de seis meses hasta un año o más.

Y aquí encontramos un gran problema en el interés suscitado por la pandemia. La urgencia de conocer lo más posible este mal y estar en condiciones de proponer alternativas médicas para su control, ha llevado a la comunidad científica a moverse con rápidez. Y en ocasiones la velocidad no es lo más recomendable en ciencia, porque se comprometen los métodos de revisión crítica de las preguntas y los resultados y se puede descuidar el rigor y la transparencia del trabajo científico.

Los editores de las revistas juzgan la importancia de un artículo (ahora incluso a petición de los autores) y por la urgencia, antes de su revisión por pares, lo mandan a repositorios que de inmediato los ponen a disposición de la comunidad: La urgencia “justifica” la velocidad. Pero aquí puede estar una trampa muy delicada. Porque el volumen de artículos publicados sin el arbitraje necesario, al parecer estan aportando mucha confusión.

Muchos trabajos publicados son versiones muy preliminares de estudios que deberían llevar más tiempo, controles y tamaños de muestra, pero la prisa o la presión por ganar carreras contra otros grupos de investigación pueden empujar a los autores a publicar anticipadamente y esto ya está induciendo a errores serios. Hay decisiones tomadas por gobiernos, sustentadas en artículos muy inmaduros o incluso con problemas metodológicos serios, que han causado problemas, por ejemplo de “prohibición” del uso de medicamentos porque una publicación de estas “encontró” una correlación sospechosa con el Covid-19; el acaparamiento de vacunas o medicamentos porque otra publicación sugiere otra correlación no probada debidamente…

El problema de esta verdadera infodemia se amplifica cuando la noticia salta al gran público que espera con ansias respuestas a su angustia; consumo de medicamentos peligrosos, deformación de información por falta de comprension de los medios y su traducción al lenguje popular de las redes, realización de prácticas muy dudosas amparadas en supuestos estudios científicos y consideración de rumores infundados por falta de distinción entre las evidencias científicas serias y las opiniones personales de personajes con alguna relación con la ciencia. El problema ya está siendo atendido por organizaciones científicas y hasta por las mismas revistas que estan tratando de establecer controles sobre los repositorios de artículos para que no difundan materiales no arbitrados o que algún comité haya valorado seriamente. El público no especialista debe aprender a valorar criticamente la información que circula en redes. Esta es una función de la divulgación de la ciencia; lograr una traducción adecuada de la información científica en tiempos de la pandemia.

Originario de un pueblo del Bajío michoacano, toda mi formación profesional, desde la primaria hasta el doctorado la he realizado gracias a la educación pública. No hice kínder, por que en mi pueblo no existía. Ahora soy Profesor-Investigador de la Universidad Michoacana desde hace mucho, en el área de biotecnología y biología molecular…

Además de esa labor, por la que me pagan, me interesa mucho la divulgación de la ciencia o como algunos le dicen, la comunicación pública de la ciencia. Soy el jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia en la misma universidad y editor de la revista Saber Más y dedico buena parte de mi tiempo a ese esfuerzo.