“La habilidad básica e imprescindible que debemos desarrollar en los estudiantes, para que estos ´útiles´ sean realmente útiles consiste en la capacidad para obtener, comprender, jerarquizar y asimilar información…”

 

Horacio Cano Camacho

Por estas épocas yo suelo escribir un artículo con este título. Miríadas de padres agolpándose en librerías, tiendas de computo, papelerías. El propósito es adquirir los implementos con los que sus hijos se convertirán en los próximos genios que salvarán a México, …o por lo menos su futuro económico.

A los juegos de geometría, variedad de cuadernos, calculadora y lápices, se le suman montones de libros evaluados y aprobados por quién sabe quien… Y de unos años a la fecha, han aparecido las exigencias de computadoras, conexión a internet y recientemente iPads y similares. Desde luego, todos estos “útiles” son importantes y sería deseable que todas las escuelas de México los proporcionaran a sus estudiantes. Sin embargo, la manera en que se usan termina por convertir a estos productos (muy caros) en útiles inútiles…

Por supuesto que la coyuntura generada por la emergencia sanitaria (que parece no tener fin), modificó, por no decir, empeoró esta situación. Sobre todo, en el ámbito de internet (acceso y equipo), y hoy quiero referirme a este punto en particular.

Yo recibo estudiantes de todos los subsistemas de educación media superior en el estado, incluso de otros estados, pues atiendo primer semestre de licenciatura. Y las diferencias son de acceso y equipamiento, no de uso. Verán ustedes, en mi práctica, no encuentro una diferencia sustancial entre todos. Sí una tendencia a conocer y usar las nuevas tecnologías (computadoras, smartphons, internet, tabletas), por parte de los alumnos de educación privada y escuelas públicas de las zonas urbanas más grandes, contra deficiencias muy acentuadas en los alumnos de las zonas urbanas marginadas y más aún, en los y las jóvenes provenientes de las zonas rurales: la famosa brecha tecnológica que en realidad es una evidencia de la enorme desigualdad que existe en nuestro país.

Sin embargo, con excepciones, todos usan mal estos artilugios… Tengo estudiantes muy duchos para realizar animaciones, crear personajes y encontrar en internet cualquier cosa. Saben usar de manera intuitiva los programas de videoconferencia que ahora empleamos y hay mucha disposición a enseñar a los que no tienen ninguna experiencia en el tema. El problema es cuando hay que buscar argumentos para sostener una discusión o soportar una propuesta, incluida su presentación: la mayoría corta y pega.

Internet es indudablemente un reservorio de información impresionante. Podemos encontrar de todo lo que busquemos, desde recetas de cocina, planos para hacer muebles, técnicas artesanales, información de viajes, y de manera destacada, información sobre temas vinculados a la educación. Pero junto a la información confiable, también hay miríadas de datos, informes y opiniones de muy dudosa calidad y menos confiabilidad. Y aquí es a donde quiero llegar: no basta el acceso a internet y el equipo para hacerlo. Los alumnos deben aprender la debida gestión de la información.

La habilidad básica e imprescindible que debemos desarrollar en los estudiantes, para que estos “útiles” sean realmente útiles consiste en la capacidad para obtener, comprender, jerarquizar y asimilar información…

El uso de estos artilugios conlleva no sólo el acceso a la información, sino tal vez de manera más importante, la forma de aprender. Así como aprendemos haciendo, aprendemos a aprender. Los países que han logrado promover las tecnologías de la información y la comunicación de manera adecuada, brindan mayores oportunidades y una mayor necesidad para el aprendizaje, y pueden mejorar simultáneamente la capacidad de aprender de sus estudiantes.

En el mundo, a diario se publican miles de documentos con información científica, técnica, resultados de investigaciones, análisis de fenómenos, nuevos problemas, etc. Miles o tal vez millones de páginas con información

¿Cómo orientarse en este mundo? ¿cómo aprovecharlo? Y este es el punto donde deberían centrarse las escuelas de nivel básico, desarrollar una buena gestión de la información, amplias habilidades de comunicación, la capacidad de argumentación sobre datos y evidencias y distinguir claramente las “opiniones” de la evidencias.

Si no me cree, haga un ejercicio muy simple. Ayer busqué la palabra fibromialgia (puede usar la que guste). Una búsqueda genérica, me arrojó más de seis millones de resultados. Habia de todo, desde descripciones médicas, cautas en lo de sembrar falsas expectativas o “recomendar” tratamientos, realizadas por agencias de salud, hasta negacionistas (no faltan) y cualquier cantidad de productos milagro que ofertan curar una infermedad hasta ahora incurable ¿cómo me oriento en esta información tan abundante? ¿cómo distingo la más adecuada?

Luego me fui a una base de datos especializada y localicé 12 mil 535 artículos científicos publicados desde 1945 y muy abundante a partir del año 2000, con el 2020 con 840 publicaciones y en lo que va del 2021 ya hay 569, incluyendo varias revisiones sobre la enfermedad, tratamientos, diagnósticos, vínculos con enfermedades autoinmunes, efecto de la dieta y el ejercicio, etc. Bajé algunos y me puse a leer y pude aprender varias cosas (yo no soy médico), para comenzar, lo absurdo del negacionismo y los productos milagro y la enorme distancia de esta información con la más que abundante chapucería… ¿qué le gustaría que aprendieran su hijos? ¿bastará con la compra de esos juguetes tan caros?


Originario de un pueblo del Bajío michoacano, toda mi formación profesional, desde la primaria hasta el doctorado la he realizado gracias a la educación pública. No hice kínder, por que en mi pueblo no existía. Ahora soy Profesor-Investigador de la Universidad Michoacana desde hace mucho, en el área de biotecnología y biología molecular… Además de esa labor, por la que me pagan, me interesa mucho la divulgación de la ciencia o como algunos le dicen, la comunicación pública de la ciencia. Soy el jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia en la misma universidad y editor de la revista Saber Más y dedico buena parte de mi tiempo a ese esfuerzo.