Vastos recursos no considerados, poco estudiados e investigados, los océanos cuentan con escasos especialistas e instituciones dedicados en México, por lo que la década señalada por la UNESCO para movilizarse a su favor espera una respuesta que se confía pueda ser mayor a las llamadas “megaciencias”.
Ana Claudia Nepote
Durante las décadas de los años setenta y ochenta era común escuchar esta frase en la esfera académica, “México vive de espaldas al mar”, lo que significaba reconocer la escasa investigación científica y tecnológica invertida en el país para estudiar, comprender, valorar y conservar las costas y mares del país. Aunque a mediados del siglo XX se impulsó un acelerado desarrollo en la investigación oceanográfica, en México esta ciencia era incipiente.
A principios de los años ochenta existían poco más de una decena de instituciones de investigación científica y formación profesional en ciencias del mar en México. Estas se localizan aún en el Noroeste del país, en Sonora, Baja California y Baja California Sur; también hubo una sede de la Escuela de Ingeniería Pesquera en Nayarit y desde luego la Universidad Nacional Autónoma de México con su Centro – ahora Instituto – de Ciencias del Mar y Limnología y sus estaciones ubicadas en Mazatlán y en Ciudad del Carmen.
Bajo un escenario de pandemia, estamos en la antesala de una década que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), ha proclamado sea dedicada a las Ciencias Oceánicas para el Desarrollo Sostenible, con el fin de movilizar a la comunidad científica, a los políticos, a las empresas y a la sociedad civil hacia un programa de investigación y de innovación tecnológica.
Actualmente se estima que casi tres mil millones de personas dependen de la biodiversidad marina y costera para vivir, mientras que los océanos absorben aproximadamente un tercio del dióxido de carbono que producen las emisiones industriales y urbanas. Sin embargo, a pesar de la importancia que tienen los océanos para el bienestar y el funcionamiento adecuado del planeta, aún existen “muchas lagunas de conocimiento” sobre ellos a pesar del importante rol que tienen en el mantenimiento de la vida, mencionó Audrey Azoulay, directora general de la UNESCO.
Las ciencias oceánicas incluyen todas las disciplinas de investigación que se relacionan con el estudio del océano. Tratan de comprender el funcionamiento de sistemas y servicios socio ecológicos y de múltiples escalas, y para ello se requieren investigaciones colaborativas de disciplinas como las ciencias físicas, químicas, biológicas y geológicas; las ciencias de la salud, la ingeniería, las ciencias sociales, las humanidades y desde luego las ciencias económicas, entre otras. Algunos científicos han considerado a las ciencias oceánicas como “megaciencias”, dado que requieren un numeroso personal especializado para operar y liderar investigaciones utilizando equipos caros y de gran tamaño como buques oceanográficos, boyas, satélites, estaciones marinas, etcétera.
De acuerdo con el Informe Mundial sobre las Ciencias Oceánicas publicado en 2017 por la UNESCO, los países con un mayor número de investigadores per cápita en estas disciplinas son Noruega, Bélgica, Finlandia y Alemania, que tienen más de 35 investigadores por cada millón de habitantes. Tan sólo en Noruega existen 364 investigadores por cada millón de habitantes. El mismo informe calculó que entre el 2010 y el 2014 se publicaron más de 370 mil artículos de investigación especializados sobre los avances que estas disciplinas aportan al conocimiento global sobre los mares y océanos.
Un planeta, un océano
La curiosidad y el conocimiento sobre las costas y los mares no sólo se desarrollan desde las instituciones de investigación científica. La educación formal y no formal desempeñan un papel importantísimo en las percepciones y conocimientos que la ciudadanía se forma sobre la naturaleza, sobre los ecosistemas y sobre los océanos. México es un país con importantes referentes en el campo de la educación ambiental en América Latina, sin embargo existe un vacío en la enseñanza y desarrollo del conocimiento relacionado con las costas y mares en la educación básica y de la llamada cultura oceánica.
El término de cultura oceánica surgió por el interés de un grupo de oceanógrafos y profesionales de la educación de Estados Unidos, al reconocer la falta de contenidos sobre la ecología y la biología marina en el sistema de enseñanza-aprendizaje de este país. Las primeras iniciativas por enriquecer el currículo escolar en temas oceánicos ocurrieron en 2002 cuando la National Geographic Society junto con un colegio norteamericano, organizaron una conferencia titulada “Océanos para la Vida” con la que intentaron sensibilizar desde el sector educativo a las siguientes generaciones de científicos, pescadores, líderes empresariales y tomadores de decisiones con un mayor conocimiento sobre los diversos temas marinos.
La cultura oceánica ha sido impulsada sobretodo en Estados Unidos y países europeos que de manera tradicional invierten más del 1% de su Producto Interno Bruto al desarrollo de la tecnociencia. A partir del decreto de la Década por las Ciencias Oceánicas, la UNESCO busca promover la cultura oceánica a través del conocimiento individual y colectivo sobre la importancia del océano para la humanidad con el fin de incrementar la capacidad de adaptación de los países y la resiliencia de las comunidades vulnerables ante los efectos del cambio global en la costa y en la producción de alimentos de origen marino; impulsando también el desarrollo de una economía azul sostenible.
La cultura oceánica en América Latina nos muestra otra realidad menos alentadora. Los principales problemas que se desarrollan en las costas de esta región se relacionan con la sobreexplotación de las pesquerías, la degradación de los ecosistemas y hábitats marinos, el deterioro de la calidad del agua y la amenaza de algunas especies marinas. Un claro ejemplo de esto se encuentra en el Alto Golfo de California con el comercio ilegal de la Totoaba en el que casi el 80% de los pescadores de la comunidad de San Felipe, en Baja California, se dedican a la extracción y comercio de la vejiga de este gran pez, asociado a la extinción de la vaquita marina en años recientes.
Es importante reconocer que existen proyectos e iniciativas orientadas a la comunicación del conocimiento marino y pesquero en México como el que realizan los del grupo Data Mares, Mares Mexicanos, Oceana México, EDF de México y los escasos acuarios que se encuentran en algunas ciudades del país. Aún hay un largo camino por recorrer en el desarrollo de la llamada cultura oceánica, o de una mayor conciencia y reconocimiento del privilegio que tenemos por habitar en medio de dos océanos y con más de 11 mil kilómetros de costa. Diversas voces desde la academia y las organizaciones de la sociedad civil nos invitan a volver nuestras miradas al mar, quizá ahora sea el mejor momento para hacer ese viraje.
Imagen, cortesía de la autora.
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Bióloga tapatía, comunicadora de ciencia e integrante de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia A.C. Ciclista, caminante y exploradora de paisajes bioculturales. Docente de tiempo completo en la ENES, UNAM en Morelia y Doctorante en Ciencias de la Sostenibilidad. |