“El Covid ha causado la infección de cerca de 600 millones de personas en todo el mundo, provocando más de 6 millones de muertes, la vasta mayoría antes del desarrollo o aplicación de las vacunas y estamos viendo una disminución acelerada de la letalidad.”

 

Horacio Cano Camacho

Hace unos días escuché a una persona hablar con mucha desesperanza sobre la pandemia de Covid-19. Decía que las vacunas no sirvieron de nada, la gente se sigue enfermando, los medicamentos no llegan, hay nuevas amenazas como la viruela del mono y para acabarla, ahora anuncian la enfermedad del virus del tomate (que, a pesar de su nombre pensé yo, no afecta a los tomates sino a nosotros)… parece un cuento de nunca acabar.

El asunto se ponía peor con mi vecino que refería la noticia de que a la esposa de Biden, ¡imagínate con toda medicina de EUA a su servicio! le volvió a dar Covid, cuando los médicos decían que ya estaba curada, como antes le pasó al mismo Biden (no sé por qué tanta familiaridad al nombrar a presidentes de otro país, pero así es…).

Esta vez yo no me detuve a meter mi cuchara en la conversación ajena, porque a ese vecino lo conozco solo de vista, pero si me llevó los siguientes seis kilómetros de mi caminata diaria pensar en el asunto. La cuestión es que nuestra memoria y nuestra propia experiencia es corta. En realidad, vivimos constantemente acechados por enfermedades infecciosas, brotes epidémicos, epidemias bien establecidas y el riesgo constante de pandemias. Realmente hay varias que están, por desgracia, instaladas entre nosotros desde hace años sin que hayamos encontrado cura o vacuna.

Se nos olvida que el SIDA, provocado por el virus de la inmunodeficiencia humana, sigue activo entre nosotros desde su aparición a principios de los años 80 del siglo pasado. Se estima que ha matado a más de 40 millones de personas y que en la actualidad más de 38 millones de personas viven con SIDA (54% son mujeres y niñas) y un número importante ignora que está infectado(a). A esta pandemia le debemos sumar la malaria, el dengue, la influenza, entre otras.

También tenemos el caso de las llamadas enfermedades nuevamente emergentes, aquellas que se les consideraba controladas, pero que por diversos factores han vuelto a resurgir entre nosotros, como a la tuberculosis, o de la mano de los antivacunas, la poliomielitis y el sarampión.

Nuestra generación no las recuerda (y mi vecino es más o menos de mi edad), pero en el siglo XX la pandemia de cólera afectó al mundo (1910-1920) de forma muy terrorífica, lo que causó más de un millón de muertos; la pandemia de influenza A1H1N1 (1918-1923), que provocó la muerte de más de 100 millones de personas; la pandemia de “gripe asiática” por influenza AH2N2 (1956-1958) de donde se heredó el uso disciplinado de mascarillas en oriente, con más de 2 millones de muertes y la gripe de Hong Kong (1968) por influenza AH3N2, una variante de la anterior, con más de 1 millón de muertes. Ya en este siglo y esas sí nos han tocado a los de mi edad, la pandemia de influenza AH1N1 en 2009, con más de un millón de muertes, más de 300,000 tan solo en México y que sigue activa, aunque un poco desplazada por el Covid.

En este siglo tuvimos ya el brote pandémico de SARS (2002-2004), un pariente del SARSCoV2, pero más mortal y que afectó a 29 países, o el MERS (2012-2013), otro pariente igualmente más peligroso, que afectó a 13 países, y que decir del Ébola, que ha tenido brotes frecuentes desde 1976, afectando a muchos países africanos. Hay que decir que estas tres enfermedades son particularmente peligrosas, con índices de letalidad del 60%, comparado con el de 3-4% del Covid. Son tan mortales que se “autocontienen” y por suerte para nosotros no han salido de ciertas zonas, pero allí están y esto puede cambiar en cualquier momento.

Constantemente, aunque claramente no prestamos atención, hay brotes de Maburgo, Hanta, Lassa, Gripe aviar, Machupo, Dengue, el famoso virus del Tomate, tanto como la viruela del mono, entre otras enfermedades virales y potencialmente pandémicas, pero esas enfermedades están presentes, sobre todo en los países más pobres y quizás ese sea la explicación de que en los económicamente más desarrollados, las veamos como algo ajeno y se impone la idea equivocada de que ellos (nosotros), estamos a salvo. El Covid fue una triste lección de que estamos equivocados.

El Covid ha causado la infección de cerca de 600 millones de personas en todo el mundo, provocando más de 6 millones de muertes, la vasta mayoría antes del desarrollo o aplicación de las vacunas y estamos viendo una disminución acelerada de la letalidad. Mi vecino tiene razón, no evitan que las personas enfermen, pero claramente (como se sabía desde el inicio de las pruebas) disminuyen la enfermedad grave y ahora sabemos también que los vacunados son menos contagiosos. Más del 70% de los que aún están muriendo, son personas que no se vacunaron y cerca del 30% restante, tienen alguna comorbilidad inmunosupresora.

Somos parte de la naturaleza y la enfermedad es parte integral de esa realidad, eso no lo podemos evitar, pero claramente el avance de la ciencia ha permitido luchar mejor contra esta condición. El caso del SIDA es ilustrativo, el número de muertes ha disminuido de manera notoria allá donde se tiene acceso a los tratamientos y los sistemas de diagnóstico, lo mismo pasa con el ébola y todas estas enfermedades siguen bajo una fuerte investigación para buscar curas o atenuantes.

Para el Covid mismo tenemos vacunas de emergencia, que con el paso del tiempo probablemente se desarrollen con mejor desempeño. Los medicamentos también son de emergencia y aún están bajo estudio. Cierto que alguno de ellos, como el de Pfizer, al parecer no eliminan por completo al virus, lo que explicaría los “rebotes” como el del tal Biden, pero con seguridad se van a mejorar.

Estamos muy cansados, es cierto, pero hay muchas razones para ser optimistas. Ahora comparemos la dimensión de la pandemia de gripe de 1918 con más de 100 millones de muertos y con la conciencia de que el cálculo está muy subestimado habiendo quien sostiene que fueron más de 250 millones. Esto sucedió porque no contábamos con sistemas de diagnóstico eficientes (ni siquiera sabíamos lo que era un virus), vacunas, bases de datos, atención hospitalaria adecuada y el mundo era un desastre mucho mayor al de ahora. Son lecciones que debemos aprender para documentar nuestro optimismo…


Originario de un pueblo del Bajío michoacano, toda mi formación profesional, desde la primaria hasta el doctorado la he realizado gracias a la educación pública. No hice kínder, por que en mi pueblo no existía. Ahora soy Profesor-Investigador de la Universidad Michoacana desde hace mucho, en el área de biotecnología y biología molecular… Además de esa labor, por la que me pagan, me interesa mucho la divulgación de la ciencia o como algunos le dicen, la comunicación pública de la ciencia. Soy el jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia en la misma universidad y editor de la revista Saber Más y dedico buena parte de mi tiempo a ese esfuerzo.