“No existen razas humanas ni las hubo nunca. Sin embargo, nos cuesta mucho entenderlo, como si aceptarlo, a pesar de las evidencias, nos diera algún beneficio a víctimas y victimarios por igual, tanto que nos obcecamos en seguir usando el concepto.”

 

Horacio Cano Camacho

Estoy escuchando un programa en la televisión pública y una comentarista habla con una facilidad (y aparente autoridad, que es lo peor) de “las personas de raza negra” que viven “acomplejadas” por su pelo, o de los de raza blanca -como ella- que en la actualidad están “sufriendo de racismo” por parte de otros grupos. Y mire que es una profesional, creo que psicóloga y hasta la fecha la tenía como persona muy sensata… Pero es que tenemos tan interiorizado el concepto de raza para referirnos a la variación natural interespecífica entre nosotros, los seres humanos, que ya ni lo meditamos…

Si nos paramos en una calle transitada o en los pasillos de la propia Universidad veremos una gran variedad de características externas que hay entre todas las personas: tonos de piel, estatura, complexión, color y forma del pelo, abundancia de este, forma de la nariz, las orejas. A partir de características como estas, más el origen geográfico y la diversidad cultural, hemos agrupado a las personas en “razas”. Pero, ¿esto tiene sentido desde el punto de vista biológico? ¿hay realmente correspondencia entre estas cualidades físicas y la constitución genética de un individuo? ¿qué es una raza?

La raza es una construcción social que se utiliza para clasificar a las personas y fundamentalmente para establecer jerarquías sociales y esclavizar o segregar a los seres humanos. Desde hace ya mucho tiempo, antropólogos, genetistas, sociólogos, psicólogos, taxónomos y un sinfín de especialistas y organizaciones científicas han establecido que todos los humanos somos de la misma y única especie y que el concepto de “raza humana” no tiene ningún fundamento biológico, incluso es muy debatida como categoría taxonómica en otros organismos. No existen razas humanas ni las hubo nunca. Sin embargo, nos cuesta mucho entenderlo, como si aceptarlo, a pesar de las evidencias, nos diera algún beneficio a víctimas y victimarios por igual, tanto que nos obcecamos en seguir usando el concepto.

No me detendré en detalles, pero biológicamente los seres vivos se clasifican científicamente atendiendo a su semejanza, pero fundamentalmente a su proximidad genética o filogenética (su historia evolutiva) derivada de su ancestría común, en grupos. Cada grupo es un taxon, y el nivel jerárquico en el que se le sitúa es una categoría taxonómica. Los taxones o taxa son mutuamente excluyentes de forma que cada organismo pertenece a uno y sólo un taxon en cada nivel o categoría taxonómica.

Las categorías taxonómicas principales definidas en la biología son siete: Reino, Filo, Clase, Orden, Familia, Género y Especie. De acuerdo a estas categorías, nosotros, los seres humanos nos clasificamos como animales, cordados, mamíferos, primates, homínidos, del género Homo, que en la actualidad tiene una sola especie: Homo sapiens.

En otras especies de organismos podemos añadir un rango por debajo de la especie denominado infraespecífico que engloba subespecies, variedades, etc.  Las razas no están contempladas, aunque a veces el término se utiliza de manera muy laxa y discutible para referirse a variedades o como en la ganadería, a cualidades seleccionadas y mantenidas separadas artificialmente (perros, vacas, cerdos, etc.) pero que no existen en la naturaleza. De manera que el nivel básico de clasificación de todos los seres vivos es la especie.

La aparición de taxones está determinada por la manera en que evolucionaron las especies a lo largo del tiempo, quién está emparentado con quien y cuan aisladas quedaron las poblaciones en el pasado. Una especie va ocupando diferentes territorios o espacios y van surgiendo variaciones al azar, y que pueden responder a presiones ambientales. Esas poblaciones van quedando aisladas y sus variaciones naturales sometidas a selección natural, pero nuestra especie es realmente muy reciente, apenas unos 200,000 años y aplicando diversos marcadores molecu­lares (técnicas moleculares especiales), sabemos que el aislamiento entre poblaciones humanas no se ha alcanzado en este tiempo tan breve para definir taxones infraespecíficos, es decir subespecies o si lo prefiere, razas (que ya dijimos que la denominación es errónea): No alcanzamos el umbral de una subespecie. La propia categoría de subespecie ha sido muy cuestionada por la evidencia molecular y no está bien sustentada aún en organismos con mayor variación y aislamiento que los humanos.

Los datos genéticos combinados revelan que desde hace un millón de años hasta los últimos decenios de miles de años, la evolución humana ha estado dominada por dos fuerzas principales: el constante movimiento de poblaciones y las restricciones sobre cruzamientos entre individuos solo en razón de la distancia, no de la genética.

Las diferencias genéticas entre individuos de diferentes poblaciones es mínima y la “gran variabilidad” que encontramos se explica por factores adaptativos y respuestas ambientales al clima, alimentación, temperatura, radiación solar, etc. (epigenética). Claro, la capacidad de adaptación depende de la constitución genética, pero esta rara vez está reservada a una población en particular de humanos. Hay poblaciones que responden mejor a la falta de oxígeno de las alturas, a la radiación solar de una zona geográfica, a la alimentación rica en grasas, pero esta capacidad sigue residiendo en las otras poblaciones, y aún no es una “cualidad genética” exclusiva suficiente para pasar de población a subespecie.

Adicionemos a esto que la especie humana en el pasado coexistió con otras del género Homo (ya extintas) y nos hibridamos con ellos. Las huellas de esta mezcla pueden ser rastreadas en el genoma de todo mundo. De hecho, los habitantes originales de África, son en todo caso, más “puros” que el resto si pensamos en la hibridación con Homo neanderthalensis, los neanderthales, que se dio en Europa hace menos de 50,000 años y pasó con las migraciones al continente asiático y americano, o con Homo denisova ocurrida en las estepas siberianas de donde pasó al resto de Asia y Oceanía.

La diferencia típica de los humanos, en todas sus poblaciones, es 0.1 por ciento o 1 de 1,000 de las «letras» que componen una secuencia de ADN. Entre los 7,900 millones de humanos que hay en el planeta en este momento, hay tan pocas diferencias como entre los dos gorriones que ahora miro por la ventana y que están parados en las ramas de un árbol frente a mi casa, más allá de que uno sea un poco más oscuro que el otro y se mire un poco más robusto. La diferencia genética entre los humanos de hoy corresponde a la divergencia entre nosotros y una especie distinta que nos dio origen, hace unos 200,000 años, tiempo no muy largo en términos evolutivos.

Sostener las ideas de raza en la humanidad, contra la abrumadora evidencia científica, y tratar de extenderla al comportamiento social solo responde al intento de encontrar falsos asideros pseudocientíficos que justifiquen el racismo, la exclusión y la ignorancia, sustento de la gran desigualdad que sigue caracterizando a las sociedades humanas de hoy, en contra de todo razonamiento y evidencia.

Una búsqueda de libros y materiales sobre este tema en internet, me llevó a encontrar manuales que “explican” la manera de tratar con los niños la “existencia de razas”, una forma completamente errónea y muy cuestionable, aunque parezca educativa, y que en el fondo solamente es un intento de sostener las desigualdades y la exclusión… Recuerde, en lo puro no hay futuro, el secreto del éxito de la vida está en su diversidad.


Originario de un pueblo del Bajío michoacano, toda mi formación profesional, desde la primaria hasta el doctorado la he realizado gracias a la educación pública. No hice kínder, por que en mi pueblo no existía. Ahora soy Profesor-Investigador de la Universidad Michoacana desde hace mucho, en el área de biotecnología y biología molecular… Además de esa labor, por la que me pagan, me interesa mucho la divulgación de la ciencia o como algunos le dicen, la comunicación pública de la ciencia. Soy el jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia en la misma universidad y editor de la revista Saber Más y dedico buena parte de mi tiempo a ese esfuerzo.