“El neurotransmisor principal en la respuesta de recompensa es la dopamina, un químico involucrado en el control del movimiento, la memoria, el aprendizaje, la motilidad gastrointestinal, la presión arterial, incluso en la respuesta inmune.”
Horacio Cano Camacho
En mi oficina dicen que yo soy ese personaje que odia o por lo menos es un tanto indiferente a las fiestas navideñas. Es cierto hasta cierto punto. Por supuesto que me gusta reunirme con mis amigos y mi familia. Me encanta cocinar para ellos y que lo disfruten, charlar y reírnos con recuerdos bobos o encantarnos con las sorpresas que estos días traen, pero eso lo puedo realizar en cualquier otra fecha, así que la parafernalia de estos días si me es un poco ajena y hasta molesta.
Pero hay momentos que logran moderar mi “grinchés”. Ayer, por ejemplo, llamaron a mi puerta, era un amigo que me trajo un regalo, un presente navideño. A pesar de que la canasta contiene puras cosas que yo no puedo consumir -salvo el vino-, me dio una enorme alegría esa sorpresa y la reacción de mi cerebro, bien que me di cuenta, fue a través de una respuesta de recompensa, muy agradable.
Nuestro cerebro, o más correctamente, nuestro Sistema Nervioso Central (SNC), formado por el encéfalo (lo que nosotros llamamos el cerebro) y la médula espinal, se encarga de las respuestas al medio y la operación de todo el cuerpo. La información, llega del cuerpo y el ambiente a través de los órganos de los sentidos y los nervios periféricos para articular las respuestas adecuadas, sean reacciones motoras, emocionales o cognitivas. Las neuronas son las principales células componentes del SNC y se encargan de procesar los estímulos nerviosos y dar las ordenes adecuadas.
Y las neuronas se comunican a través de una red muy compleja de sustancias químicas, llamadas neurotransmisores y neuromoduladores, es decir, las neuronas se “hablan” a través de estas sustancias y es tal su importancia que cualquier desequilibrio en su concentración, síntesis o liberación, conduce a respuestas aberrantes del cuerpo, desde alteraciones degenerativas, motoras, dolencias o alteraciones psicológicas.
De niño me encantaba recibir juguetes el Día de Reyes, aunque el mecanismo real del asunto me quedaba muy claro. Es decir, la parte racional de mi yo-grinch no anulaba que experimentara sensaciones de placer, deseo o gratificación, incluso euforia. Es decir, mi respuesta cerebral de compensación o recompensa funcionaba bien.
Esta respuesta de recompensa tiene una función adaptativa fundamental, permite que obtengamos una respuesta placentera cuando realizamos actividades relacionadas a la supervivencia, tales como comer, las relaciones sexuales, huir de un peligro o luchar para vivir. También actúa frente a otras actividades gratificantes como hacer deporte, comprar, jugar o recibir un regalo inesperado…
El neurotransmisor principal en la respuesta de recompensa es la dopamina, un químico involucrado en el control del movimiento, la memoria, el aprendizaje, la motilidad gastrointestinal, la presión arterial, incluso en la respuesta inmune. Fue descubierta en 1957 por Kathleen Montagu y de inmediato se le asoció también con la respuesta de recompensa. La liberación de dopamina está asociada a las sensaciones placenteras, tanto que las drogas más adictivas y peligrosas inducen su liberación y con ello conducen al “subidón” y de allí su peligrosidad. La liberación de esta sustancia nos hace querer repetir una conducta que nos produce placer.
El sistema de recompensa mediado por dopamina también influye sobre la memoria y el aprendizaje, ya que el individuo recuerda y repite las acciones que le generan placer, y evita aquellas que le producen una sensación desagradable.
Estoy leyendo un artículo publicado en la revista Nature hace unos días (https://doi.org/10.1038/s41586-022-04782-2), que demuestra que la norepinefrina, que es como se llama a la adrenalina o epinefrina una vez que se encuentra en el cerebro, también está involucrada en la respuesta de recompensa, sobre todo ante las “sorpresas” inesperadas, como el regalo que me llegó ayer, el juguete de reyes, las fiestas sorpresa, los apapachos de felicitación y otras situaciones inesperadas.
Si bien el trabajo reportado se realizó con ratones, arroja mucha luz sobre la modulación de la respuesta de recompensa. Al parecer cuando la “sorpresa-recompensa” es esperada, la liberación de esta sustancia es pequeña, mientras que cuando la recompensa es totalmente inesperada, la liberación de norepinefrina es mayor, una ráfaga del neurotransmisor. Al parecer, al menos en ratones, aunque hay indicios fuertes de que en nosotros pasa lo mismo, la norepinefrina nos anima a planificar los acontecimientos inesperados, a responder de manera más anticipada a estos acontecimientos y modular la respuesta.
No dejo de pensar en las madrugadas del día de reyes, cuando despertábamos con enormes expectativas por el o los regalos dejados por los “reyes”. Era una sensación muy placentera, a pesar de que ya lo esperábamos, pero había espacio para la sorpresa. La racionalización de los reyes magos no me mató la sensación de placer, simplemente la moderó y me hizo querer aún más a mis padres…
Por ello yo propongo que tengamos un Día de Reyes o mejor, un Día del Niño una vez al mes. Así aprenderemos más y sentiremos placer de lo aprendido, como yo, en este momento.
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