“Las infecciones, desde las más sencillas y en apariencia nada peligrosas, tanto como las más mortales, están de regreso. Y cada vez tenemos menos recursos para manejarlas.”

 

Horacio Cano Camacho

No hay duda de que se deben a la ciencia algunos de los aportes más importante para la vida humana. Hace apenas unas décadas, la población mundial con dificultad superaba los cincuenta años de vida. En México, en los años 30, el promedio era de 34 años. La gente moría de las infecciones microbianas más simples, que ahora son controladas con medidas higiénicas, vacunas y el uso de antibióticos. Un raspón, en apariencia insignificante podía ser una condena a muerte en los años 20…

La sífilis fue durante siglos una de las más temibles enfermedades humanas, con miles de muertes y consecuencias terribles para los portadores, pero este destino cambió con el descubrimiento de la arsfenamina, alrededor de 1905, el primer antibiótico dirigido específicamente contra una bacteria y prácticamente sin efectos secundarios. En 1932 se sintetizó en el laboratorio la sulfamida, el primer medicamento que podía tratar un amplio espectro de infecciones bacterianas y se le usó para tratar la fiebre puerperal, erisipela y otras infecciones -entonces mortales- producidas por estreptococos.

Las sulfas fueron durante los años 30 y 40, la principal arma contra las infecciones, sin embargo, ya se había observado que en el cuerpo humano podían sufrir modificaciones químicas, inactivándose, o, por el contrario, metabolizándose y generando productos tóxicos, lo que llevó a la búsqueda de otros antibióticos.

La consolidación definitiva de los antibióticos como la principal herramienta de lucha contra las enfermedades infecciosas, llegó con el descubrimiento o síntesis de cientos de fármacos antimicrobianos como la penicilina, las cefalosporinas, tetraciclinas, entre otros. Sin embargo, desde los años 40 era ya evidente que cada vez que se descubría un antibiótico, más temprano o tarde aparecía una bacteria resistente al mismo, es decir, una bacteria que podía evadir la toxicidad, sobrevivir y multiplicarse… y la respuesta de la industria fue… buscar nuevos y más potentes antibióticos.

La aparición de la resistencia es un hecho evolutivo explicado por la selección natural, es inevitable y un riesgo que debería ser conocido por productores de fármacos, médicos y pacientes y se encuentra dentro de los riesgos asumidos en cualquier tratamiento médico. Sin embargo, en las últimas dos décadas se han acumulado bacterias y genes resistentes de manera vertiginosa y sin control. Y la advertencia de este fenómeno fue lanzada por el mismo Alexander Fleming, descubridor de la penicilina, al recibir el Premio Nobel de medicina, en 1945.

Pero el problema es aún más grave. Una bacteria sufre cambios espontáneos que le proporcionan resistencia a un antibiótico particular, bien, cambiamos de antibiótico. Sin embargo, cada vez son más frecuentes los casos de multiresistencia, bacterias capaces de sobrevivir a los principales antibióticos usados en la clínica. Nos enfrentamos ahora a “superbacterias” que pueden eludir la mayoría de las terapias conocidas…

La resistencia a los antibióticos es un proceso evolutivo, por lo tanto, genético y espontáneo. Pensemos en una comunidad de bacterias que causa una infección en nosotros. Estas bacterias se reproducen constantemente (en ocasiones cada media hora) y algunas presentan cambios espontáneos y al azar en su secuencia genética. Algunos de estos cambios le confieren una cualidad particular, por ejemplo, una menor sensibilidad a un antibiótico particular, incluso la capacidad de destruir a la sustancia que les es tóxica.

Mientras el antibiótico está ausente, este cambio no representa ninguna ventaja, pero un día nos lo recetan. Las bacterias sensibles morirán, mientras las que cambiaron sobrevivirán y, además, les habremos eliminado la competencia por la comida: un mundo feliz. Estas bacterias se van a multiplicar y en la siguiente infección ya serán dominantes, de manera que el antibiótico ya perdió su eficacia. Pero esto nosotros, ni el médico que recetó la medicina sin mayor análisis, lo sabemos, y continuamos usando esta sustancia o peor aún, la tomamos en cualquier situación, aún y cuando no tenga relación con la infección específica: Estamos manteniendo una presión de selección sobre el bicho y “obligándolo” a perfeccionar esa resistencia y a pasarla a otras bacterias que hasta ese momento eran sensibles, incluso baterías ajenas a esa infección…

Las bacterias son seres bastante promiscuos y son capaces de pasar material genético a otras bacterias, incluso de especies diferentes, con lo cual tenemos un escenario perfecto para ir generando cepas resistentes o multiresistentes. Este es un escenario catastrófico. Las infecciones, desde las más sencillas y en apariencia nada peligrosas, tanto como las más mortales, están de regreso. Y cada vez tenemos menos recursos para manejarlas.

La responsabilidad recae en todos: Los laboratorios que se enfrascaron en una carrera económica por lograr más tipos químicos que la competencia, y los sacaron al mercado sin un análisis evolutivo previo; los médicos que recetan antibióticos sin los análisis genéticos adecuados y llenan nuestras casas de sustancias muy delicadas y cuyo manejo inadecuado es muy peligroso; nosotros que tomamos antibióticos sin prescripción, incluso para enfermedades donde son inútiles (como las enfermedades virales), además de que no solemos completar los tratamientos y los suspendemos apenas nos sentimos “bien”; la industria ganadera que usa irresponsablemente antibióticos para incrementar la ganancia de peso en los animales de engorda y hasta el mal manejo de los desechos de la medicina usada, que simplemente tiramos a la basura o al desagüe y -no lo va a creer- el hecho de que nos encanta estar de visita en los hospitales, como si fuera día de campo, trayendo y llevando a las bacterias resistentes.

Y este hecho puede constituir un escenario aún más peligroso que la pandemia de covid, y, sin embargo, le hemos puesto muy poca atención. En la siguiente entrega hablaremos de algunas alternativas, que ya se están buscando y algunas ideas sencillas que nosotros podemos realizar para contribuir a alargar la efectividad de los antibióticos y evitar el apocalipsis por los bichos…


Ilustración portada: The Digital Artist | Pixabay


Originario de un pueblo del Bajío michoacano, toda mi formación profesional, desde la primaria hasta el doctorado la he realizado gracias a la educación pública. No hice kínder, porque en mi pueblo no existía. Ahora soy Profesor-Investigador de la Universidad Michoacana desde hace mucho, en el área de biotecnología y biología molecular… Además de esa labor, por la que me pagan, me interesa mucho la divulgación de la ciencia o como algunos le dicen, la comunicación pública de la ciencia. Soy el jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia en la misma universidad y editor de la revista Saber Más y dedico buena parte de mi tiempo a ese esfuerzo.